Tiny Lights (Beata Parkanová)

Es realmente atrevido bajar la cámara hasta el punto de vista de los niños. Se necesita un fondo muy concreto para que una película así tenga sentido y consiga ser explicada por sí sola, algo que lleva a sus autores a tener una fe absoluta en la forma de moverse y comportarse de sus pequeños protagonista. Suelen ser película pequeñas, que caminan con esos pequeños héroes, con pocas líneas de guion y un universo fantasioso que da forma a sus aventuras. Es imposible olvidarse de títulos como Nana (2011) de Valérie Massadian, donde se fijaba en una niña de apenas cuatro años que se debía enfrentar a la naturaleza sin la presencia de su madre. También acompañados estaban los hermanos de Un pequeño mundo (2021) de Laura Wandel, que debían asimilar el drama de sobrevivir a la escuela.

Puede que ligar lo infantil y lo femenino sea una constante cuando llegamos hasta la nueva película de Beata Parkanová, Tiny Lights, una delicada y pequeñísima historia donde Amálka, una niña de seis años, se convierte en el centro de la acción de un cálido día en el que parece que todo está a punto de desmoronarse a su alrededor. El ambiente familiar se vuelve convulso al otro lado de la puerta, donde hay una niña que simplemente acaba de despertar. De fondo, adultos a los que ni siquiera vemos la cara hablan con dureza sobre el estado de ánimo de la madre de Amálka, mientras la pequeña juguetea con su gato o espía en busca de su desayuno. Lo que podría ser un claro drama familiar se transforma en una aventura cuando la directora decide abandonar la conversación y seguir los pasos de la pequeña. Así define los rasgos de Tiny Lights, condimentando un día cualquiera para una niña con un trasfondo definitivo desde la perspectiva de los adultos.

Le acompaña la luminosidad estival, una luz reconfortante tanto para un desayuno en la cocina como para un baño en el lago, mientras interactúa con su madre, su padre y sus abuelos, dejando en muy pocas ocasiones apartada de la cámara a Amálka, lo que para ella es como un juego continuo. Aunque sus quehaceres diarios sean un punto vital, no se pierde esa esencia combativa de una madre que ya no está a gusto en su posición durante toda la película. Vemos como la abuela, a la vez madre, no deja un solo instante de recriminar a su hija lo que hace, viste o dice, interponiendo una barrera que tal vez no desea crear la madre de Amálka con la niña. Es algo que contemplamos a base de ensoñaciones, recuerdos de tonalidades rojas que van visitando el metraje presentados en 16 mm, con planos muy cortos, intrusivos, que desvelan la tristeza de la madre y la vitalidad de la niña. Puede parecer algo ajeno pero los adultos, sin darse cuenta, hacen partícipe a la pequeña de sus problemas, ya sea a base de silencios o de inoportunos comentarios. La película parece marcar un antes y un después prácticamente imperceptible y lo hace a través de los cristales. Comienza con la niña observando a través de una puerta de cristal lo que hacen los adultos, y termina con la niña mirando al exterior de la casa a través de una pared acristalada. La diferencia está en el objetivo, pues compartimos la curiosidad en el inicio, pero nos quedamos fuera de la casa en ese último plano, la vemos desde fuera, cada vez más lejos, confirmando que todo sigue igual, pero todo es distinto.

El atrevimiento de Beata Parkanová funciona gracias a Mia Bankó, quien interpreta a Amálka, que mantiene su naturalidad frente a la cámara sin sentirse una intrusa, algo vital para hacer funcionar una película de este estilo que, pese a no tener grandes pretensiones, elabora esa ardua tarea de depender exclusivamente de la magia que aporte a la pantalla esa pequeña pelirroja. Una película sosegada, sencilla, que considera el lenguaje como algo potencial y el foco algo caprichoso, pues no es tan importante que la protagonista comprenda todo lo que ocurre a su alrededor, si podemos estar cerca el tiempo suficiente para comprenderlo nosotros. Más un ejercicio de estilo que una revolución, Tiny Lights es una de esas películas que te acompañan, sin maldad, para ofrecer una nueva perspectiva sobre las problemáticas cotidianas. La maternidad no es solo cosa de madres, lo es también de hijas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *