Cuentos de perversidad
Los primeros minutos de este drama turco, desconocido y exquisito, ya suponen para el espectador un pequeño desafío cognitivo y perceptual. ¿Qué significa la lluvia en esta secuencia de apertura? Un recurso que a medida que el film va progresando, adquiere todo tipo de significaciones. Ya en el prólogo se habilitan lecturas afines a la poética derrotista sobre la pareja de Michelangelo Antonioni, sobre todo por el semblante taciturno de un personaje masculino y otro femenino. No en balde, las directrices escénicas indican que se van a encontrar, en medio de un ambiente que encierra un velo de misterio que tiñe todo el film. También se gesta otra posibilidad hermenéutica en relación con el cine de la etapa norteamericana de Fritz Lang, sobre todo por el motivo del individuo masculino observando el cuadro, si pensamos en películas como La mujer del cuadro. Con este tono y esta aproximación del cineasta, queda patente que aquí hay comprimida la tradición de un cine anterior, pero que ésta no es óbice para la singularidad de este caso particular.
¿De qué nos habla realmente Time to Love? En un primer nivel semántico y narrativo, esta magnífica contribución del cineasta Metin Erksan habla de dos personajes que contraen un extraño romance, en lo que supone una puesta al límite del deseo. Por un lado, comparece en plano Meral, una mujer de la alta sociedad que se dispone a pasar un fin de semana en una isla donde posee una bella mansión. Por el otro, encontramos a Halil, un pintor que está enamorado del retrato de esta mujer.
Lo que a priori se presenta también puede ser interpretado desde los códigos de Vértigo de Alfred Hitchcock, sobre todo por la obsesión del personaje masculino con el reflejo, la réplica o todo aquello que suponga un desdoblamiento del cuerpo real femenino. Sin embargo, la trama y la puesta en escena especulan hacia una suerte de abstracción figurativa que aleja el relato de cualquier convencionalismo. Las imágenes que compone Eriksan, y sobre todo su manejo del lenguaje visual, a través de motivos como la lluvia, son muy singulares. Conforme la película va dirigiéndose hacia su final, en lo que deviene una construcción alrededor de interesantísimos vacíos de significado y aperturas al sentido, entendemos que el director ha querido reflexionar críticamente acerca de los clasismos de la aristocracia a través de un conflicto “pigmaliónico”, encarnado por un protagonista masculino que proyecta su narcisismo. Podemos rastrear también la huella de Roberto Rossellini en lo relativo a la complacencia que el espectador establece con los personajes, suave pero incisiva al mismo tiempo.
A través de films misteriosos e impecables como este, el espectador entiende que el cine es una cuestión de tacto, cadencia y ritmo. Las imágenes, secundadas por los sonidos —y viceversa, en retroalimentación perpetua— generan un espacio de intimidad pura con el espectador, en especial si la mirada del cineasta está realmente ajustada a lo que pretende desplegar. La película avanza de forma discreta, sin que apenas nos demos cuenta y sin prescindir de algún apunte cómico que neutraliza la perversidad del personaje masculino. Una perversidad que, como decimos, está imbuida en una tradición cinematográfica muy reconocible.
Larga vida a la nueva carne.