Nada más salir de la proyección del documental Tierra de nadie que tuvo lugar en el multicines Verdi Park pude oír dos comentarios que encuentro apropiado citar en este artículo. El primero hacía mención al título del film alegando que éste muy bien podría haberse llamado El impostor *, mientras que el segundo se refería a la película como un modesto ejercicio de narrativa más cercano a la conferencia filmada que a cualquier pieza de carácter cinematográfico. Si bien no estoy seguro de acabar de entender el primero (puedo imaginarme que tiene que ver con el halo de misterio que rodea la identidad del personaje principal), creo que ambos comentarios llevan consigo, de forma implícita, interesantísimas reflexiones sobre la narrativa en imágenes; particularmente sobre el carácter cinematográfico que se esconde tras la verdadera esencia del documental (olvidado con demasiada frecuencia).
La debutante portuguesa Salome Lamas nos deja a solas con el mercenario Paulo Figueiredo para que podamos oír de su propia voz las vivencias de tal sujeto tras abandonar un comando de élite portugués, tras lo cual se convirtió en cazador a sueldo para la CIA y, posteriormente, para el GAL. Nuestro único vínculo con los hechos son las explicaciones del ex soldado, nuestra única prueba de la autenticidad de los mismos, el testimonio que nos ofrece. Al mismo tiempo, todos los juicios quedan reservados para nosotros, todas las valoraciones éticas y morales pertenecen exclusivamente al espectador. No existen planos efectistas que juzguen los (supuestos) actos de Figueiredo, ni tampoco ninguna música que decante hacia ningún lado la balanza de la justicia. Tan solo existe la narración de unos hechos y nuestra libertad para decidir sobre ellos. Y precisamente es en este punto en donde encuentro un asombroso paralelismo entre el título que nos ocupa y la recientemente estrenada en nuestras tierras El impostor.
Pues las películas de Salome Lamas y Bart Layton pueden entenderse como perfectas antítesis. Recordemos cómo recientemente un servidor comentaba sobre el (pésimo) trabajo de Layton que su empeño en ficcionar las anécdotas de los entrevistados convertían en artificioso el relato de unos hechos en realidad apabullantes. En el caso de Lamas, en cambio, nos vemos obligados a imaginar cada acontecimiento: no existe manipulación por parte de la directora; pues su respeto hacia los sucesos es tan inmenso que decide rehuir el recurso de escoger por nosotros el modo de visualizarlos… Vamos, que la manipulación de una película es directamente proporcional a la honestidad de la otra. Y todo ello no quiera decir para nada que Tierra de nadie descuide la puesta en escena. De hecho, es ahora cuando me gustaría recoger el segundo comentario citado más arriba.
Como dijimos, éste segundo comentario nos da a entender que Tierra de nadie se asemeja más al mero ejercicio de filmar una conferencia que a una auténtica pieza cinematográfica. Sin duda, no estoy de acuerdo; pues la película contiene un ancho abanico de recursos narrativos que contradicen tal afirmación. Empezando por lo obvio, está el montaje: hablamos de una cuidadísima selección de fragmentos de las conversaciones entre directora y entrevistado que convierten las parrafadas de Figueiredo en un absorbente relato sobre la vida del mercenario; una selección que, claro está, sería inconcebible si las preguntas hechas por la directora no fuesen las acertadas. En segundo lugar está la puesta en escena: durante las entrevistas, que ocupan al menos un ochenta por ciento del documental, vemos al personaje principal dentro de una imagen envuelta por la oscuridad, un plano medio que en ocasiones se convierte en primer plano y en otras en plano general para dejarnos ver un modesto decorado. La elección de este recurso narrativo es una clara muestra de que la directora sabe lo que se hace.
Acompañamos a Figueiredo en un plano medio cuando este nos habla de sus experiencias como soldado, mercenario o caza-recompensas; en definitiva, en momentos en que su trabajo pudo ejercerse con toda seguridad y sin riesgos aparentes. Lógicamente, nos acercamos a él en los episodios más significativos de su vida; y sobre los planos generales, es en momentos de cambios de ambientes, en los puntos y apartes de la vida del personaje cuando el plano se abre para mostrarnos visualmente cómo la oscuridad que le daba cobijo en sus (bestiales) aventuras corre el riesgo de desaparecer. La acertada elección de estos dos aspectos narrativos unida a la interesantísima reflexión sobre la ética de la identidad que nos ofrece el discurso de Paulo Figueiredo (definitivamente, hay que oírlo para creerlo) convierten el trabajo de Salome Lamas en un fantástico debut, sin duda portador del sello cinematográfico en el mejor de los sentidos.
* Hace un par de semanas se estrenó en España el primer largometraje del director Bart Layton, documental sobre la desaparición de Nicholas Barclay titulado El impostor.