Olivier Assayas por Olivier Assayas. Tan sencillo como eso. Tiempo compartido no parece encontrarse en la lucha por la excelencia que en ocasiones arremete Assayas, pero sí busca dar una lectura parcial de la figura del director francés, creando una comedia positiva a partir del recuerdo que va experimentando sobre sí mismo.
En Tiempo compartido Assayas se llama Paul, es director de cine, tiene un hermano locutor musical y está separado de la madre de su hija. Todos puntos coincidentes con el director real que sirven para experimentar con la autoficción, un vicio adherido al nombre de Assayas desde hace años. Confía plenamente para ello en la figura de Vincent Macaigne, que sabe lidiar con el juicio de valor que Assayas arremete contra sí mismo con pasmosa naturalidad. Más interesante que la idea de voltear la figura del director francés está el momento en el que decide recrear este retrato. Cuatro años después de la pandemia, Assayas revisita el encierro para hablarnos del tiempo y las relaciones personales, obviando la inmediatez que requería ese ‹lockdown›, más interesado quizá en la paralización de la sociedad que les permite experimentar con esa estructura ajena a la premura y el encorsetamiento.
No conforme con esa recreación de momentos cotidianos que sonríe al elitismo y atormenta los miedos más mundanos, Assayas emplea una voz en ‹off› que condimenta la historia familiar para emplazar la narración en un lugar concreto. Porque este encierro está lleno de frescos de naturaleza que bien podrían surgir de un cuadro de Renoir: brillante, verde, luminoso, que casi se puede olisquear. No hay sombrillas de encaje ni sombreros chistosos, solo dos hermanos condenados a entenderse bajo un mismo techo al decidir pasar el confinamiento juntos en la antigua casa paterna, cerca de Normandía. Se cumplimentan así dos cosas, el reencuentro familiar que siempre conlleva a conectar hábitos imperecederos entre hermanos, adoptados en la infancia, y la consabida irritación por los nuevos hábitos adquiridos en la intimidad de la adultez que hacen chocar a esos niños insoportables. Es así como dos tipos inteligentes, ambos con nuevas parejas más jóvenes que ellos, demuestran su cotidianidad como revulsivo ante una especie de fin del mundo, valorando sus inquietudes a través de actos tan sencillos como hacer la compra o cocinar crepes. Centrado en la convivencia familiar y en demostrar lo absurdamente inteligentes que son ambos personajes masculinos, Assayas descompensa el retrato en cuanto a las mujeres que les acompañan, siendo aparentemente accesorias al relato, sin una verdadera implicación en esta ‹rara avis› dentro de la filmografía del realizador, no tanto porque no se le reconozca, probablemente sea la más personal e implícita para él, sino porque dentro de esta comedia ligera lo que falta es una huella definitiva, al resultar excesivamente liviana e irremediablemente afrancesada. Café para muy cafeteros o una delicia exclusiva para los muy fans del Olivier Assayas o muy curiosos por ver, en cierto modo, cómo entendía el director la relación que mantenía con Mia Hansen-Løve durante la pandemia como padres de una niña, como viejos conocidos que van un paso por delante de los pensamientos del otro (aunque sea todo meramente anecdótico con respecto al total del film).
Porque Assayas se permite divagar sobre arte y literatura, fantasear con películas imposibles protagonizadas (de nuevo) por Kristen Stewart, jugar al tenis o rascar hasta la extenuación molestamente una olla quemada con el fin de contemplar ese fragmento de tiempo en el que todos quedamos varados como una oportunidad para huir hacia adelante, de inventar lo especial en una cosa que ahora se asemeja a algo efímero y que en el momento fue un tanto lastimoso y que para estos cuatro extraños que comparten espacio se convierte en una fiesta intermitente y mundana de seres acomodados en la disyuntiva del hedonismo. O es solo una comedieta francesa más con ínfulas de renovación cultural. Al menos da para dudar sobre lo oportuno de encontrar otro retrato de la pandemia intimista bajo el prisma personal de un director de cine. ¿Todos pasarán por esta crisis artística?