Ti West… a examen (II)

La figura de Ti West ha crecido exponencialmente en los últimos años, consagrándose como uno de los grandes cineastas dentro del panorama del cine de terror independiente. Buena muestra de ello ha sido su reciente colaboración con A24 en forma de trilogía con XPearlMaXXXine, que le han llevado por segunda vez a la gran pantalla en nuestro país —si consideramos el estreno tardío y limitado que tuvo Los huéspedes, su siguiente largometraje tras la laureada La casa del diablo—, pasando de ser una de esas alternativas del VOD a ser la realidad que ya apuntaba con títulos como la citada La casa del diabloThe Sacrament. Sin embargo, siempre hay un antes, y con el de Delaware tomaba forma en su reivindicable debut, El cobertizo, que daría paso a muestras de talento desigual y quizá de lo más extrañas dentro de su carrera, como el thriller Trigger Man o su aportación a la saga iniciada por Eli Roth en 2002 con Cabin Fever 2: Spring Fever.

Quizá, en el segundo caso, nos encontramos ante un reto ciertamente complejo para un cineasta que casi se podía considerar primerizo por aquel entonces, y es que asumir la batuta tras la segunda parte de un film como Cabin Fever, dejando a un lado lo fascinante o horripilante que nos pueda llegar a parecer el debut de Roth —aunque servidor siempre romperá una lanza a favor de esa libérrima, tronada y rarísima visión del ‹body horror› con trazas de aquel horror rural y campestre ya acuñado por cineastas como Sam Raimi—, parecía de lo más difícil al estar ante un film que quebraba la expectativa y era capaz de reformularse del modo más insólito entre esos visos de comedia desmedida y un terror que se filtraba paulatinamente bajo la piel. Así, y partiendo del legado dejado por Roth —e incluso volviendo sobre los pasos de algún personaje como ese policía local llamado Winston, obsesionado con los coños y la fiesta, e interpretado por Giuseppe Andrews—, West entablaba un ejercicio en cierto modo más comedido, sin alejarse en parte del gamberrismo que ya destilaba el original —aunque sin llegar a sus demenciales cotas—, pero por otro lado realizando una exploración mucho más afín y explícita en torno a ese ‹body horror› que en el film de 2002 quizá no obtenía dicho desarrollo.

Tras haberse deshecho, pues, del personaje central de Cabin Fever —aquel que terminaba a orillas del río—, en toda una declaración de intenciones presente en sus primeros minutos, Ti West despliega en Cabin Fever 2: Spring Fever las maneras de un terror más sucio y desagradable si cabe, que se detiene como comentaba en esa faceta cercana al ‹body horror› para indagar en una vertiente distinta a la de su predecesora, amplificando las cotas de una repugnancia que impregna toda la cinta con poco. El autor de El valle de la venganza compone un microcosmos igualmente cercano a lugares comunes, centrando la acción en un instituto de secundaria con los habituales piques y vaivenes entre los distintos estudiantes y profesores, pero acompañado todo ello por una galería de personajes sórdidos y de lo más extraños —como ese bedel que no deja de maldecir a los alumnos, esa profesora de carácter árido, o esa alumna que trabaja en un bar nocturno y no tiene problema alguno en despendolarse en mitad de uno de los baños del instituto— que encajan a la perfección en mitad del delirio que se desatará cuando el virus (como era previsible) continúe su propagación.

Es curioso que, estando ante una obra tan lejana con sus últimos trabajos, conecte de algún modo ante una sociedad enfermiza y decadente, algo en lo que West incide en esta Cabin Fever 2: Spring Fever tanto a través de una serie de secuencias a cada cual más insana, como en esa suerte de epílogo final que, pese a quedar extrañamente engarzado tras una conclusión algo falta de fuerza, retoma el dislate que propone por momentos la cinta, y le ofrece una extensión supurante que habla muy a las claras sobre lo que es esta continuación: una pústula en forma de ‹rara avis› que si bien no funciona al mismo nivel que la propuesta de Roth, ofrece una mirada infecciosa y repulsiva que nos regala algunas secuencias a la altura del original y tiene esa capacidad para seguir engendrando un horror anómalo tan necesario en nuestros días, que hace de lo inesperado un anexo indispensable al que acudir de tanto en tanto, lejos de la reiteración patente de temas y estilemas que conviene renovar ni que sea a base de una enajenación transitoria de lo más pertinente.

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