A medio camino del western ennegrecido y la tragedia shakespeariana, la propuesta de Pippo Mezzapesa subraya el dolor y los daños humanos colaterales que se derivan del torrente de muerte causado por una cruenta guerra de clanes a la italiana. En la región de Apulia, dos familias se disputan el honor y la legitimidad de su existencia mediante el juego sucio y una vendetta atávica procedente de un conflicto sucedido unos años atrás. En medio de tal salvaje lucha, brota un amor: el que surge entre Andrea (príncipe heredero de los Malatesta) y Marilena (esposa del capo de los Camporeale). Un amor, precisamente, intoxicado, que germina abonado por el odio entre dinastías antagonistas y la prohibición tajante de su consumación. Un Romeo y Julieta particular, sanguinario e interesante que recuerda, también, si se quiere, al secuestro homérico de Helena por parte de Paris.
Andrea, el antihéroe de esta historia, sufrirá un cambio radical, brutal y, según para quién, un tanto atolondrado. El planteamiento es vistoso, porque el protagonista encarnará una mutación grotesca y, a la vez, justificada: el paso de la inocencia del cordero a la depredación del lobo (la creación del monstruo). Por eso, el director se sirve de una simbología animal que aparece con regularidad, y que sacude al espectador con dosis de violencia y también con trazas de poética estética (manifestada en primeros planos de ovejas, vacas y cerdos de granja). El contexto rural ayuda a esto último y nos recuerda, constantemente, la peligrosidad de la jungla. La inclemencia de la bestialidad. La intransigencia de la ley de la selva.
Además del argumento troncal, Ti mangio il cuore inserta la religión como telón de fondo, que se cristaliza a través de una sexualidad insoslayable, lúgubre y sucia (eso tan “felliniano”). Al final, la producción no solo sintetiza la imposibilidad del amor, sino que también evidencia la inevitabilidad del mal, y de paso aborda el rechazo del viejo mundo y su sustitución por un nuevo sistema que no solo escupe los antiguos valores, sino que renuncia a unos nuevos códigos de conducta y de moral. En el crimen hay una herencia, pero esta transmisión está contaminada: entre muertes y ejecuciones, la película se representa como una partida de ajedrez sádica y morbosa que, estratégicamente, jugada a jugada, va cobrando víctimas, constando la facilidad que tiene el ser humano por caer en la corrupción más insana.
Sin serpentear mucho, Ti mangio il cuore se ciñe a su guion de una forma estricta y fiel, y renuncia a fuegos de artificio o cualquier traza de pirotecnia. Sí en cambio recurre a un sólido despliegue formal: una portentosa fotografía en blanco y negro (que firma Michele D’Attanasio), encuadres estudiados y una trama que se sumerge de lleno en los estándares del cine clásico de gangsters. También cabe elogiar una atmósfera tensa, asfixiante, colérica. Y que el monocroma no nos engañe: el rojo de la sangre no se ve, pero nos salpica; se huele su óxido y se palpa su espesor. La guerra es así: densa, pesada, caprichosa.
Puede que lo más atrevido (que no estridente) de Ti mangio il cuore sea una personalidad visceral y un tratamiento original, que sobresale y destaca en algún pico de lucidez. A reseñar, el debut actoral de Elodie y una apuesta visual cuidada. Pese a todo, acaba resultando una película fácil que cae en clichés y vicios canónicos del género de mafia, y acaba siendo mal rematado por un epílogo inconcluso e inverosímil. Agradará a los más acólitos de este tipo de cine, pero dejará fríos a los que busquen un soplo de aire refrescante y una dirección genuinamente valiente y provocadora.