three sparks (2023) es una de las propuestas más interesantes y, bajo mi punto de vista, más meritorias de la presente edición de La Mostra. La creación de una artista visual como Naomi Uman parece estar reservada por lo general a circuitos artísticos mucho más especializados (mayormente a centros de arte contemporáneo o similares —sin ir más lejos, el CCCB de Barcelona le dedicó una retrospectiva parcial el año pasado—). Su última producción, presentada en Rotterdam (IFFR) este año, es un artefacto visual en la tradición documental más experimental que explora el papel de las mujeres en una comunidad del norte rural de Albania, a la vez que se interroga sobre la propia presencia y la recíproca influencia de la cineasta respecto a ese grupo humano tan ajeno y todavía regido por la ley canónica del Kanun. En este sentido, no podemos obviar que esta impronta observacional desde su personal punto de vista como forastera nacional, cultural y lingüística ya la puso en juego Uman en sus piezas de la serie Ukranian Time Machine, Unnamed Film y Kalendar (ambas de 2008) y Videodiary 2-1-2006 to Present (2011) —recordemos que la creadora se trasladó al país eslavo buscando sus orígenes genealógicos, tras la experiencia de ver cuestionada su capacidad para contar sobre la inmigración mexicana hacia Estados Unidos en sus trabajos Leche y Mala leche (1998), para desarrollar durante más de diez años este sugerente proyecto de fusión del arte y la vida—.
En esta nueva localización albanesa, Rabdisht, y viajando ahora Uman desde su actual residencia en México, la pieza se estructura en tres partes diferenciadas: “Jumping into the Clouds”, “Free Until Down” y “Xixa”. Previamente, una suerte de epílogo nos relata una leyenda sobre el sacrificio de una mujer, sepultada en la pared, que solicita dos aberturas para poder amamantar a su hijo. La siguiente secuencia de tres hombres cantando y danzando en un ritual ancestral, personalmente me ha retrotraído a las poderosas estampas del Parajanov de Los corceles de fuego.
En las dos primeras partes del metraje, sus planos filmados en 16mm y en blanco y negro parecen emular las páginas de un diario de imágenes en movimiento por capítulos, intercalando intertítulos con traducciones en lengua albanesa e incluso números de página. Uman nos introduce en su propuesta con otra potente imagen de las tres chispas que dan título al film. Al agrandar el punto de mira del plano, nos encontramos con el jolgorio de las festividades tradicionales.
Pero creo que su auténtica determinación es enseñarnos las tareas cotidianas que realizan estas gentes en un medio tan alejado de las comodidades de sus observadores. Son trabajos mayoritariamente manuales —apuntemos también aquí que a Uman le interesa sobremanera la manipulación manual de los objetos, sin duda uno de sus temas recurrentes, como transformó en sus inicios el celuloide de su cortometraje Removed, en el que borra con lejía y laca de uñas el cuerpo desnudo de la actriz en una película pornográfica alemana de los años 70, y al que se le dio una lectura en clave de pensamiento feminista—. Uman los presenta en series ralentizadas o repetidas como bucles, con el protagonismo esencial de un acompañamiento musical folclórico. Y cuando se auto-introduce en el plano, la cineasta está a su vez tejiendo, con sus propias manos. La conclusión de este primer fragmento nos muestra la imagen del cadáver de su perro blanco, que murió en Albania y que ella considera el símbolo de su compromiso con el país.
La segunda parte, dedicada a la literata Edith Durham, que en el siglo XIX vivió en Albania y la creadora señala como su fuente de inspiración para su viaje, prosigue su análisis socio-económico y cuasi antropológico sobre estas gentes y sus difíciles condiciones de vida, que obligan a emigrar a los más jóvenes. También certifica que todas las mujeres jóvenes del pueblo rehusaron ponerse ante la cámara por temor a las consecuencias respecto a sus futuros maridos; además relata particulares costumbres, como la cesión de un hijo a las familias estériles para que lo críen como propio, o el fenómeno de las “vírgenes juradas”, mujeres que no aceptaron un matrimonio concertado y en consecuencia están obligadas vivir como un hombre, nunca se les permitirá casarse. Resulta particularmente emotivo el juego de unos niños con las inconfundibles gafas de la cineasta mientras ella se despide constatando que Albania protegió a los judíos durante el Holocausto. Uman es judía.
En la tercera parte, en color, el tono documental se vuelve fundamentalmente observacional. Filma a sus vecinos y vecinas desde más cerca, hablando directamente a la cámara, realizando de nuevo actividades cotidianas como el proceso de amasado del pan, donde la colocación del objetivo engrandece otra vez las manos de la panadera. Pero aquí los niños cobran un especial protagonismo, cantando canciones de sesgo nacionalista o chismorreando sobre el sexo presuntamente atribuido a Uman por algunos hombres del pueblo. Son pasajes cargados de divertimento y comicidad, una suerte de despedida autoconsciente en la que la cineasta se ríe de todos y de sí misma.
En definitiva, la propuesta de Uman es tan sugerente, poética por instantes, antropológica o social, como enigmática y autorreferencial. Hasta donde yo he podido alcanzar a comprender, considero que contiene la esencia de esa trayectoria artístico-vital tan suya, nómada y forastera, que consigue testimoniar una realidad muy lejana, una parte del mundo que de otro modo la mayoría desconoceríamos. Y eso para mí ya es valioso.
«El Cine es más hermoso que la vida.»