Three no es un thriller. Una afirmación tan obvia y baladí quizá sería prescindible, incluso insignificante, en otro contexto, pero lo cierto es que la carrera de Johnnie To ha llegado a un punto en el cual el propio género que ha abundado —que no jerarquizado ni mucho menos— en su carrera parece haberse vuelto un sujeto fundamental, cuando poco a poco no ha ido sino deviniendo en accesorio, en pura herramienta. Si años atrás podíamos hablar de To como uno de los grandes cineastas afincados en una categoría instaurada como (parte de la) esencia de una cinematografía —la del cine made in Hong Kong, donde desde los 80 nombres capitales como los de John Woo, Ringo Lam o Tsui Hark implantaron un sello propio—, hoy por hoy, y a través de ejercicios de lo más personales —como esa digresión noir partiendo del terreno psicológico en Mad Detective, su particular visión de la crisis económica en Life Without Principle, o el thriller desarmado por el esperpento en la magistral Blind Detective—, se podría hablar del hongkonés como uno de los principales reformuladores del género sin necesidad de conferirle ese rol primordial que sí tuvo en el pasado. Una nueva relación que se erige en Three como uno de los pilares centrales de un film al que no acomplejan sus (presuntos) mimbres: los reinterpreta, modula e incluso revienta en un extraño escenario —otro de tantos para el bueno de To, en esta ocasión un hospital— que bien podría servir para armar otro de sus sorprendentes ejercicios de estilo —que, finalmente llega, aunque no como cabría esperar—, pero termina por ejercer como epicentro de algo más, un extravagante drama amparado por esos ramalazos de impertinente comedia que el cineasta no ha dudado en emplear siempre que le ha sido posible.
La mirada omnipresente de ese personaje femenino surgido a través de la particular crisis de la doctora del centro hospitalario donde se desarrolla la acción no resulta casual, pues precisamente esa situación vivida será uno de los termómetros neurálgicos de Three. El vaivén de esa crónica en más de un momento insostenible —como no podría ser de otro modo, en esos juegos a los que nos viene acostumbrando To—, no es sino un claro foco del lugar al que se dirige el cineasta con su film, y ello se contempla no a través de la disposición o construcción de sus personajes, lo hace mediante el reflejo genérico que constituyen cada uno de ellos, interpelando y configurando nuevas vías en un trabajo donde las deducciones surgen por el papel tomado por los distintos géneros que se deslizan bajo Three: desde el soslayado drama de esa ya mencionada doctora, hasta el thriller desmantelado por mano de su propio autor, pasando incluso por esos ramalazos de humor mutado para la ocasión.
Para ello, no sólo resulta vital esa mixtura que el responsable de títulos como Election viene acentuando de un tiempo a este punto, también la disposición de unos espacios que cada vez se antojan más ajenos, algo que ha dejado entrever incluso en escenas de lo más disparatadas —en Blind Detective, o aquel fabuloso culmen que nos regalaba en Exiled—. Quizá la concepción de esos espacios sea otra de las sendas para comprender la (des)articulación de un terreno que, pudiendo servir como cápsula para el cine de To, ha surtido el efecto contrario gracias a la perspicacia de un cineasta capaz de reinventarse, capaz de boicotear sus propios fundamentos —esas hipertrofiadas secuencias de acción de su último acto hablan por sí solas— si con ello surten recorridos alternativos mediante los que continuar explorando y detonando el thriller, desenredando una mirada romántica que cada vez tiene más sentido pero menos significancia. Porque aquello que podría devenir peligrosamente en reiteración, ha terminado dejando paso a un juego que quizá no complacerá a aquellos que quieran ver a Johnnie To en Johnnie To, pero sin lugar a dudas resulta tan sugerente y ataviado como sus mejores trabajos.
Larga vida a la nueva carne.