Thiiird (Karim Kassem)

El primer plano de Thiiird, tercer largometraje tras las cámaras del cineasta libanés Karim Kassem, galardonado anteriormente por su segundo trabajo, Octopus, y habitual operador de cámara que ha participado en obras de cine independiente como Patti Cake$ Fish Bones, nos abre las puertas a su mundo a través de un pasadizo semiiluminado al que acompaña un goteo incesante. Como si de un extraño pasaje post-apocalíptico se tratase, la obra nos introduce ya desde los primeros instantes en un lugar decadente que se antoja medio abandonado; nada más lejos de la realidad, se trata del taller mecánico del protagonista, Fouad, cuya jornada seguiremos desde una mirada en todo momento condicionada por el retrato realizado por Kassem de un país del que no parece haber escape, como se sustrae de alguno de los diálogos que irán poblando el film. Es así como se arma una suerte de docuficción donde la realidad es representada sin que esa ficción que asoma de tanto en tanto por el dispositivo le reste ni un ápice de verdad. De hecho, sorprende durante sus minutos iniciales el cuidado con que Kassem describe dicho universo, logrando que las distintas estampas que conforman la introducción se perciban con naturalidad, pero conecten al mismo tiempo con un onirismo que se irá percibiendo durante el transcurso del film; la luz que se introduce por una grieta estampando un haz en la pared de una decrépita estancia repleta de cachivaches resulta quizá uno de los planos más significativos de Thiiird, y uno de los que glosa con mayor acierto la esencia propia del relato. Lo cotidiano se transforma así en una danza que no se eterniza, y que halla en la cadencia de las imágenes el reflejo adecuado para irnos introduciendo paulatinamente en el microcosmos frecuentado por Fouad.

Thiiird se compone de este modo como una crónica cuyo esqueleto podrían ser las idas y venidas del protagonista, pero sin embargo se desglosa en pequeños segmentos con una cierta relación con los asiduos a ese taller, clientes o no, cuyas conversaciones van trazando un fresco sobre la situación de un Líbano donde sus habitantes se deslizan las veces al borde del abismo. Kassem nos introduce a través de estos en ocasiones soliloquios en un estrato totalmente disonante con lo expuesto con anterioridad: aquello que en su primer tramo originaba una curiosa armonía, acompasada por el talento del cineasta al captar estampas tan cotidianas como de otro lugar, siempre reforzadas por la presencia de esa fotografía desaturada en blanco y negro, da lugar a un hervidero de reflexiones que van más allá del estado de un lugar, y reverberan directamente en torno a un existencialismo acorde con lo vivido, captando la desesperanza de sus gentes.

Entre versos y dichos, Thiiird dota a su particular mirada de una conexión donde en lo emocional surge una patente desafección: como en la (no) relación de Fouad con sus hijos, o en esa efímera conversación en la que el protagonista pregunta a su acompañante acerca de por qué la parte superior de su hogar permanece cerrado (y aislado). En ellos, encuentra Kassem los motivos de un desaliento que se palpa no pocas veces, y que certifica la visión sobre un país que parece lacerar cualquier aspiración. «Vivimos en lo imposible, y somos felices» dice Fouad, apresurando su percepción sobre una situación inestable que se palpa en esos viajes sin (aparente) destino. Algo que el cineasta libanés apuntala no sin dejar un resquicio a la esperanza en un paraje donde no parecía posible, pero Thiiird vuelve a encontrar en una imagen tan lúcida como elocuente, la de su cierre.

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