En el pasado Festival de Venecia asomó una pequeña joya tan exótica como atractiva. Se titulaba Theeb. Sin duda era una cinta que llamaba la atención por el hecho de su denominación de origen: una co-producción entre Jordania, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Reino Unido. A este punto se añadía que el protagonismo de la cinta recaía sobre un niño, situando la historia en el contorno ambiental del desierto de Arabia durante los primeros años del siglo XX. Un paraíso ajeno a la Gran Guerra europea, pero tocado asimismo por la misma en virtud de las ambiciones beligerantes tanto de británicos como del Imperio Otomano. Sin duda, suficientes ingredientes para trazar un poderoso drama humano e intimista de acento neorrealista. Y es que esto, ante la carencia de referencias que tenía, es lo que imaginaba me iba a encontrar en Theeb, es decir, una cinta de tono introspectivo, austero y silencioso muy alejado pues de las cintas más vigorosas y trepidantes edificadas en occidente.
Pero no se lleven a engaño como un servidor. Puesto que Theeb se destapa como un poderoso drama de aventuras, moldeado con una concepción visual tan espectacular como ostentosa en la línea de las superproducciones que plagaron las pantallas europeas a mediados de los años sesenta. Y es que la influencia de Lawrence de Arabia se siente más que próxima. No sólo por el hecho de ubicar la epopeya en los desiertos y áreas temporales que recorrió el escritor y arabista británico en el film dirigido por David Lean, sino que igualmente por apostar por hilar una película donde la espectacularidad no está reñida con ciertas gotas de intimismo espiritual, dando lugar pues una película entretenida y aparatosa —en el buen sentido— hecha a la medida de ese público occidental que añora ese cine aventurero enérgico y deslumbrante que asoma con cuentagotas en los últimos tiempos en las carteleras de nuestros cines.
Theeb —que significa lobo en árabe— narra la historia de un niño que lleva por nombre la palabra que da título a la cinta. Un infante que pertenece a una tribu beduina que habita un inhóspito enclave en el desierto de Arabia ocupado por las fuerzas turcas, infestadas a su vez por hordas de revolucionarios árabes. Theeb compartirá enseñanzas y vivencias con su hermano mayor Hussein, un cariñoso familiar que instruirá al pequeño en el arte del empleo de las armas y por tanto de la supervivencia, desempeñando de este modo la figura de ese padre ausente recientemente fallecido. Sin embargo, la tensa calma que habita en el desierto se interrumpirá en el momento en el que arriba a la morada de la tribu de Theeb un beduino acompañado de un oficial del ejército británico al que se le ha asignado una misión secreta. La innata hospitalidad presente en las tribus del desierto, inducirá a Hussein a acompañar a esta extraña pareja hacia un lejano pozo situado en las proximidades de una ruta de peregrinación hacia La Meca, igualmente emplazado en las cercanías de las líneas del ferrocarril que han exterminado las tradicionales vías de viaje a camello.
El miedo que le produce la ausencia de Hussein, inducirá a Theeb a escapar en busca de su hermano y compañero de juegos, partiendo de este modo hacia una peligrosa marcha entre las dunas y bajo el sol del desierto. No obstante, la amenaza acechará bajo la forma de unas extrañas figuras vestidas de negro que asomarán en el horizonte a lomos de unos camellos. Así una patrulla de mercenarios asesinos masacrarán a los componentes de la partida, con la salvedad del inquieto Theeb, que logrará escapar del terror escondiéndose en un pozo. Pero los intentos de huida de nuestro héroe resultarán infructuosos, debiendo compartir escapada con uno de los mercenarios heridos en la refriega que acabó con la vida de su hermano. Experiencia que mostrará al protagonista de la fábula que las cosas no son siempre como aparentan ser.
Theeb se destapa como una película espectacular que entra fácilmente por los ojos. A ello ayuda una fotografía muy académica que resalta los bellos paisajes por donde discurre la trama, estilizada con una geometría tan pulcra como precisa. Uno de los puntos más fascinantes del film es sin duda la mirada de alumbramiento y descubrimiento que implica centrar la narrativa argumental a través de la mirada curiosa y no contaminada de sensatez de un niño. En este sentido, el público será partícipe, al igual que Theeb, de la exploración de un entorno desconocido y exótico que poco a poco irá empapando con sus enseñanzas y filosofía el alma tanto del infante como al mismo tiempo de los espectadores. Un entorno no apto para eruditos acomodados. Porque el desierto de Arabia se muestra como un ecosistema donde la supervivencia se halla amenazada en todo momento, siendo necesario por tanto estar alerta ante cualquier aparición desconocida.
Ello se exhibe a la perfección en la escena que abre la cinta, donde observaremos como Hussein adoctrina al pequeño Theeb en el uso de una escopeta en una especie de juego de niños totalmente alejado de lo que un espectador occidental asume como un recreo infantil. Pero en Arabia, juego y muerte son conceptos intrínsecamente conectados. La diversión no puede existir sin la supervivencia. Uno debe saber desde el mismo momento de su nacimiento que ha de valerse por sí mismo, sin tener que depender por tanto de los demás.
Un aprendizaje adquirido por Theeb que servirá al pequeño para sobrevivir ante la amenaza del terror y la muerte representado en esa partida de mercenarios que masacrará a sus compañeros de viaje. Esta filosofía típica del universo oriental se mezclará sin ningún tipo de problemas con cierto talante occidental mediante una narración que verterá su simiente hacia el cosmos de un western de acción y aventuras. Y es que sin duda uno de los puntos a tener muy en cuenta en Theeb, y que seguro hará las delicias de los fanáticos del género de indios y vaqueros, es su revestimiento de western moderno donde las dunas de Arabia se asemejarán a las de Monument Valley transformando a los caballos en camellos y a los indios en hordas de mercenarios beduinos asalariados del opresor turco.
Porque Theeb se construye a la vieja usanza de esos westerns crepusculares donde el progreso con ese áspero rostro de esos caballos de hierro destruía los usos y costumbres de esos viejos vaqueros aturdidos por los nuevos designios y reglas de ordenación. Un ferrocarril que en Theeb aparece igualmente como un ente aniquilador de ancestrales tradiciones, que obligará a prostituirse como pistoleros a sueldo a esos viejos guías que han visto desaparecer su estilo de vida con la llegada del tren. Unos pistoleros vestidos con turbante que en la cinta serán retratados como esos perdedores condenados a una muerte segura por sus pecados. Unos pecados cometidos por le influjo de una modernidad que ha apartado de su senda todo vestigio pretérito.
Pero como en todo buen western, la cinta acicalará su envoltorio también con una intimista y poderosa descripción de relaciones y personajes. Así, la conexión que se establecerá entre Theeb y su en principio enemigo, el asesino de su hermano, servirá para forjar esa destrucción de la infancia que dará paso a la madurez más desgarradora gracias a una secuencia final que perfectamente podría haber sido dirigida por Sam Peckinpah. Y es que nos encontramos ante una cinta que engalana su mágico contenido visual con una fábula iniciática que aspira el brillo irradiado por el western clásico.
Todo modo de amor al cine.