Thea Hvistendahl… a examen

El cine de terror continúa encontrando vías adyacentes en toda clase de mixturas que nos llevan a confrontar asuntos de un calado distinto. Es el caso del debut de la cineasta noruega Thea Hvistendahl tras las cámaras con el largometraje de ficción Descanse en paz, una obra desde la que afianzar su corto pero consecuente periplo como cortometrajista, y desde el que abordar una temática como la del duelo mediante un medido pero inteligente ejercicio que ahonda en algunas de las claves de la que había sido (hasta ahora) su obra. Y es que si bien se aleja en la propuesta recién estrenada de una adolescencia que ha predominado en su etapa como cortometrajista, ya sea incidiendo en el cine de género como en el caso de Satan’s Barn, o dando pie a materias más asociadas con dicho periplo tal y como sucedía en Cramps, lo cierto es que esa mezcla tan sugerente que había compuesto su cine con anterioridad vuelve a sobresalir para dotar de una entidad propia a una ópera prima que determina y refuerza un talento al que habrá que seguir de cerca.

Precisamente donde más destacado se siente ese juego de espejos que une el cine de género con un ámbito más dramático, en esta ocasión contextualizado en esa etapa de exploración que nos lleva a la ‹coming of age› y transita unos derroteros, como comentaba, muy comunes en la obra de Hvistendahl —de hecho, tanto el citado Cramps como una pieza anterior, un tanto más fallida, Virgins4lyfe, giran en torno a un tema tan presente de dicho período como es la sexualidad—, es en Satan’s Barn, pieza que nos traslada a un campamento de verano cristiano en el que dos amigas, Louise y Maria, irán tanteando los preceptos de un marco que incide en una visión cuya pureza las veces puede ser alimentada por el miedo y el desconocimiento, invocando conceptos abstractos —en este caso, el demonio— y actuando a raíz de una serie de certezas que solo se pueden conformar bajo una perspectiva en constante aprendizaje, aún por moldear. La cineasta noruega se aferra a esa incertidumbre para dar pie a un trabajo cuya tesis es certera, pero además queda apuntalada por un trabajo formal de lo más reseñable.

El sonido, de este modo, constituye uno de los elementos primordiales para componer un cortometraje en el que ya se adivinaba una predilección por lo visual y sonoro: un hecho que se concreta en el citado debut —hay que prestar atención al trabajo que realiza Hvistendahl en una faceta, la de edición de sonido, que destaca y la refuerza las veces como una diestra creadora de atmósferas—, y que ante todo dota de una dimensión distinta a Satan’s Barn, llegando a entretejer esa fina línea entre la realidad y un plano onírico —trasladado a un imaginario que torna en pesadilla los miedos de las protagonistas— que define tanto la percepción de sus personajes como el carácter mismo del relato. Todo ello condensado bajo el manto de un horror que, si bien no deja de apelar a temáticas cada vez más efervescentes, se sostiene bajo las consignas de de una estructura clásica, que podría rememorar fácilmente a tantos otros títulos donde infancia/adolescencia y terror se unen, pero que es capaz de aportar una visión muy definida que, lejos de los neones y el onirismo que bañan su ideario, se siente capaz de elevarse muy por encima de lo esperado.

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