Terry Gilliam vuelve a hacer un filme de visionado complejo, cargado de simbolismo y nada convencional. Contando con un presupuesto relativamente bajo con respecto a la magnitud del proyecto, nos expone cómo la tecnología, la publicidad y las empresas dominan al ser humano. The Zero Theorem tiene tintes de la aclamada, y clásica, Brazil. Además de un diálogo que, aparentemente, nos puede resultar en ocasiones inconexo y sin sentido que nos recuerda a Tideland, dando pinceladas de un mundo mecanizado, conformista y controlado por el sistema de 12 monos pero en colorido.
Para ello, utiliza al doblemente oscarizado como secundario Christoph Waltz (Malditos Bastardos), encargado de interpretar al protagonista omnipresente durante todo el metraje, Qohen Leth. Individuo solitario con dejes esquizofrénicos, el cual habita en una iglesia gótica abandonada y trabaja en una empresa futurista, Qohen es la oveja negra de la sociedad. Obsesionado con recibir una llamada telefónica que le explique el sentido de la vida, le asignarán la misión de que sea él mismo el encargado de descifrar la compleja, e imposible, ecuación aritmética y virtual del porqué de la existencia humana. Semejante presión debe precisar de ayuda. El encargado de ello será un joven y prodigio de la tecnología, Bob (Lucas Hedges, Moonrise Kingdom). A su vez, mostrará su parte más desinhibida gracias a la aparición de Bainsley, interpretada por una cautivadora y magnífica Mélanie Thierry (Babylon A.D.), con quien tendrá una trágica relación amorosa pero virtualmente sexual. Visualización de espirales que forman un agujero negro como única solución a la libertad, internet como forma de abstracción de la vida real para mostrarse uno mismo realmente como es a través del cibersexo más futurista posible e individuos mecanizados, sin aspiraciones, cuya función es la de ser pilas recargables que muevan la sociedad, se unen en esta cinta que nos muestra, a través de un Londres punk-futurista, el mundo actual en el que vivimos.
En efecto, Christoph Waltz no lo tenía fácil con las premisas expuestas. Sin embargo, gracias a este soberbio actor, involucrado en su personaje y mostrando el duro trabajo al que se tuvo que enfrentar, Waltz nos regala una interpretación en la que, nuevamente, queda claro que el ser humano espera más de la vida de lo que ésta misma puede darle.
Un punto importante a tener en cuenta a la hora de decidirse por esta película del ex miembro de los Monty Phyton es que él mismo, con diferencia a lo que nos tenía acostumbrados en trabajos anteriores, no fue el encargado de desarrollar el guión, ya que corrió a cargo del debutante Pat Rushin. Terry Gilliam nos contó en la anterior edición del festival de Sitges su sorpresa al leer el guion de Rushin pues veía todas sus películas en una sola. Quizás el problema principal recaiga aquí: juntar a un guionista novel, nutriéndose de obras anteriores de un director con una reconocida carrera cinematográfica y televisiva.
Cabe destacar que The Zero Theorem viaja a nuestro país con, prácticamente, un año de retraso con respecto a algunos de nuestros países vecinos como es el caso de Italia, que llegó en diciembre de 2013. Es posible que la visión que tienen los cineastas de explicarnos mediante metáforas visuales y actitudes filosóficas nuestra situación actual esté en una etapa de caducidad, y cansados de esta temática la acogida que pueda llegar a tener el último trabajo de Gilliam pase desapercibido.
Por tanto, se trata de una obra cinematográfica ambiciosa, que muestra cómo se desvanecen aquellas pequeñas cosas que nos atan a la vida y ésta misma se presenta como un rito plagado de superficialidad. De todos modos, la película no consigue plasmar todo el mensaje que nos intenta transmitir y que, a su vez, podría haber tenido un significado más completo de cara al espectador.