¿Pero qué es esto? Quiero decir: sé lo que es y entiendo lo que he visto, pero si es un retrato generacional me resulta un poco simple (y aparatoso), y si pretende ser algo más personal lo es aún más. Comprendo sus imágenes y aprecio el poder visual de las mismas, así como lo que el director Nicolae Constantin Tanase quiere contarme con su primer largometraje; pero aun así… ¿qué es esto? Pues os lo voy a intentar explicar.
Conozcamos a los personajes:
Larisa: La protagonista absoluta del relato. Es una chica con un ego tan grande que no cabe en la pantalla, de ahí que no veamos otra cosa que su rostro o sus cabellos, y pocas veces lo que ve o lo que está a su alrededor. Esto se debe a que es adolescente, y es de suponer que para uno de su clase no debe existir otra cosa que su “yo”. Al menos así entiendo yo que lo interpreta el realizador de Lumea e a mea (The World Is Mine).
Como iba diciendo, Larisa es una joven con un montón de inquietudes culturales: dinero, poder, influencia, popularidad y respeto son algunas de ellas. Y eso sin comerlo ni beberlo (igual tiene unos 15 años o por ahí). También le gusta correr. Corre y corre y la cámara corre ante ella. A veces a cámara lenta y todo, pero en general a velocidad normal. Pero hay más, porque sin esto que os voy a contar no se entendería nada. Larisa vive con sus padres y su abuela. Su abuela es paralítica (eso me ha dicho la sinopsis; si no llego a leerla yo habría dicho que está imposibilitada o enferma, porque nadie habla de ello en la película), mientras que su padre y su madre merecen un apartado para cada uno.
Larisa, además, está enamorada de la versión rumana de Cristiano Ronaldo. Es importante saberlo porque la exnovia del susodicho está como una regadera y, desde que se ha enterado de que nuestra querida protagonista está saliendo con él, amenaza con romperle el cacas si les ve juntos y en actitud cariñosa. Esta chica tan amable se llama Ana y, al parecer, antiguamente era amiga de Larisa y de Olimpia y Aurora, que por ahora siguen siendo amigas de la líder, que es, claro, Larisa.
El padre: Parece un tipo respetable y que expresa en la mirada comprensión por su hija, pero luego es un cabrón hijo de puta que te cagas. Como le llame al teléfono el padre de Ana -que se ve que es rico- no se corta un pelo; y si le tiene que arrancar el pescuezo a su hija por el bien de su vecino, que nadie dude que lo hará.
La madre: O cómplice del padre. Se pasa el día hablando por teléfono para vender las cosas de la abuela (la que está en la cama, pero viva por ahora). Necesita(n) dinero y busca formas de obtenerlo, pero en realidad es una pusilánime. Su hija la trata mal y ella la responde tratándola mal también o con lágrimas de cocodrilo. Si su marido dice que se vaya de la habitación para arrear y amenazar a su niñita, créanme que sí se va y no pasa nada. Y si su hija está limpiando el culo de la abuela, la madre se cabreará porque no deja de hacerlo para ayudarla con alguna historia menos imprescindible. Y así todo en esa casa.
Ana: Es la hija de uno de los tipos más ricos de la ciudad (o poderoso). Esto se traduce en que haga lo que haga alguien siempre la protegerá y ocultará su mierda. Llámese su padre, el padre de Larisa, el director del instituto o quien haga falta. Si con esto Ana puede ayudar a hacer la vida más imposible a Larisa, mejor que mejor.
Aurora: O Amy Winehouse con 15 años. Su papel no queda demasiado claro en toda la trama, quizá porque no me interesó en exceso, o quizá porque no es importante aunque pretenda parecerlo. Es cierto que le suelta alguna que otra chapa a su mejor amiga, Larisa, por sus ansias de fornicio con amor, y porque si Ana la ve con su ex estará jugando con fuego, pero en realidad nos es igual su historia o su papel.
Olimpia: Más o menos lo mismo, pero esta parece la más sensata, aún sin serlo en absoluto. Busca ser leal y fiel a la amistad y se plantea algunas dudas más allá de las habituales en el resto de colegas. Juntas, las tres, buscan botellas de plástico usadas cerca de la costa, escriben en un papel lo que desean en un hombre (amistad, amor, un buen pene, músculos y algo de músculo en los músculos también) y, después de meterlo en la botella, lo lanzan al mar. Y así pasan las tardes. Pura poesía y algo de internet o webcams, como las películas de Antena 3 cuando es domingo por la tarde.
Florin: O Cristiano Ronaldo-ish (Nota: este recurso anglosajón es necesario para acercarme más a la generación 2000… LOL). Parece un tío majo (Nota: no, no lo parece en ningún momento, pero yo que sé tío xD xD) y enamorado de Larisa. Le asegura que lo suyo es de verdad y que se olvide de Ana, como ha hecho él. Se dan unos besos muy apasionados para celebrar su amor y tanto la cámara como los altavoces dejan constancia de ello. Es posible que Larisa crea amarle y el alcohol le ayude a comprobarlo… ya veremos lo que pasa cuando todo a su alrededor se empiece a desparramar como el agua que se escapa de una botella, por ejemplo.
Otros hijos de la gran que no tienen ni nombre: Así es, luego hay más sorpresas. Nuestra heroína no tendrá suficiente pena y angustia con lo ya vivido que vendrán más y peores… Si la vida se parece a esto, vaya vida más mierda.
Esta clase de cintas me recuerdan a lo que yo llamo el Efecto Michael Jordan. Jordan es, poiblemente, el mejor deportista y atleta del universo y parte del extranjero. Lo tenía todo, pero es que además era una explosión de espectacularidad. Esta espectacularidad fue imitada por medio mundo —físicamente preparado para ello. Con ello, el nivel de espectáculo aumentó de forma exponencial con los años, pero todos esos imitadores y seguidores de Jordan olvidaron (o no supieron ver) todo lo que le hizo campeón de mil anillos de la NBA, como su visión de juego, su persistencia o su calidad. Pues bien, The World Is Mine sufre del Efecto Michael Jordan: visualmente cumple con su cometido y se asemeja a muchas películas que lo han petado últimamente y que en cierto modo atesoran un mismo argumento, pero en un 1 contra 1 nunca saldría victoriosa.
Y es que en un mundo tan jodido como este, el nuestro, donde el género más escuchado en Spotify es el reggaeton, donde muchos críticos empiezan a defender —y hasta vanagloriar— a gente como Justin Bieber, o donde páginas web critican el universo Gran Hermano para con ello beneficiarse de la mierda que sobresale del programa y con ella además llenar y crear contenidos a mansalva y obtener visitas y dinero… En un mundo así, una chica, Larisa real o ficcional, también se encuentra con el todo a su alcance y lleno de contrasentidos. Con una demanda que ella puede satisfacer y con unos deseos propios que debe y puede saciar. No es tan fácil, no, porque también tiene miedo, miedo a lo desconocido, miedo al dolor y miedo a lo malo de este mundo, pero al final se ha vuelto tan superficial que ya, hasta eso, le resulta indiferente (aparentemente).
No puedo despedirme sin hablar de mi generación, hablando de generaciones. Porque habrá gente que diga que la actual es aún peor, y yo no puedo asegurar si tienen razón o no, pero no creo que la mía fuera la hostia tampoco. En mis tiempos (sí, soy vuestro abuelo), la mayoría de las chicas de mi clase se llamaban entre ellas locas y se cogían todas por los codos al andar. Se ponían aros en las orejas que parecían churros o calamares y se maquillaban de rosa o azul chillón de las pestañas a las cejas, con una línea de ojos que llegaba hasta la sien, prácticamente. Los tíos, por su parte, eran retrasados con chándal y con pelo cenicero, y eso puedo confirmarlo yo, pero como entre ellos se hacían gracia, la cosa persistió durante años. Pero a ver, hay siempre algo de esperanza, ¿no?. Estas películas que hablan de generaciones se olvidan de una cosa, de la gente que es normal, de la que tiene otra clase de intereses a los 15 años (que incluirían también meterla en caliente, pero a lo mejor también jugar al baloncesto o leer un libro, que sé yo). Siempre hay mucho retrato generacional y mucha agua derramada, pero entre los adultos de esta The World Is Mine ni uno hay que valga la pena tampoco.
Echo de menos a Lukas Moodysson.