El plano de apertura de The Witch in the Window, la pintura de una casa de campo, refleja esencialmente un anhelo, la necesidad de volver sobre los propios pasos y subsanar el error pasado rememorando esos episodios que sostienen ahora un recuerdo lejano, en la necesidad de hallar otra oportunidad. Andy Mitton expone tal situación ante una tesitura en la que vislumbrar nuevos horizontes, la de Simon, que ha adquirido un caserón a las afueras de Vermont, hacia el que se dirigirá con su hijo para terminar de arreglar. Pero pronto descubrirán los protagonistas que la vieja vivienda esconde secretos (también ligados a un pasado, en esta ocasión un tanto más desapacible) que podrían dar al traste con los planes del protagonista; secretos que, por otro lado, se nos descubren paulatinamente en imágenes, en revelaciones que no admiten demasiadas lecturas, pero ante las que el cineasta decide reforzar la cotidianeidad y un vínculo, el sostenido por padre e hijo, que se sobrepone a cualquier estampa que pueda alterar esa realidad. Es así como The Witch in the Window logra hacer subyacer el terror que el espectador presencia en forma de aparición, orientando sin embargo los esfuerzos alrededor de un relato de calado dramático, y es que el sosiego que proponen durante su primer tramo las imágenes del film apuntan, en efecto, a la propensión del propio relato por abordar terrenos que emplean ese horror como herramienta, como motivo en el que desentrañar las claves de una historia emitida desde el sentimiento más primordial: aquel que sostiene un padre por su hijo y, también, por quien fuera su esposa años atrás.
Andy Mitton desarrolla a partir de esa perspectiva un trabajo que se asienta en la luminosidad de su fotografía y los compases de una banda sonora —un tanto naíf, incluso elemental, pero que desde esa concepción refuerza de manera indudable el tono del film— obra del propio autor, ambos componentes empleados para resaltar cada conversación entre los dos personajes, cada nueva bifurcación que toma su nexo, desde un prisma que se siente sincero, y que no requiere de elementos externos para que el diálogo llegue exactamente al lugar que debe llegar. El escenario central, aislado, provee el contexto adecuado para que esa relación desemboque en una naturalidad que sus dos actores centrales reflejan a la perfección, refrendados en todo momento por la inteligencia con que Mitton maneja el espacio entre cada respuesta, el modo de dar continuidad a través del plano a ciertas situaciones, e incluso los silencios. Esa mirada implementada en la forma de dialogar se desplaza más allá del plano personal, trasladada también al abordar la supuesta leyenda que concierne al caserón y la posibilidad de que el espíritu de su antigua dueña esté entre ellos. Una presencia que tarda en cristalizar, pero que no obstante y pese a la ruptura que parece suponer, no desvía las intenciones del film.
Si bien es cierto que a partir de ese instante el autor de We Go On propone un terror desarrollado desde el mismo dislate de un personaje cuyo objetivo final parece inquebrantable, y hasta una distorsión de la realidad fomentada por la propia paranoia —alcanzando su culmen en una de las escenas más absurdamente divertidas y terroríficas de los últimos años—, sabiendo administrar la tensión necesaria desde una reformulación a nivel formal —incluyendo ciertos desvíos en su banda sonora inicial—, la propuesta continúa indagando en un vínculo —el del protagonista con sus allegados— que no se puede entender si no es como parte de un todo, como consumación de una circunstancia en la que ya no hay vuelta atrás. Es, por tanto, en la firmeza de su enfoque, donde The Witch in the Window logra salir triunfal revelando el terror como pretexto y foco al mismo tiempo, así como delineando a través de este uno de esos relatos cercanos, que se sienten en la propia piel debido a una sensibilidad que ni sus palpables defectos como obra independiente y modesta pueden desarmar, el panorama idóneo en el que la redención, el perdón y, sobre todo, el amor se concretan como pocas veces ha logrado el cine de género en los últimos años.
Larga vida a la nueva carne.