Un blanco puro devora y define el paisaje en los confines de la China rural, esa donde tanto tradición como superstición se unen para dar forma a un contexto que posee distintos matices, pero ante todo desliza un tono adverso desde el cual se constituyen los cimientos del relato que da forma a The Widowed Witch. La descripción de un ambiente fragmentado por la condición y la naturaleza sirve a Cai Chengjie como mecanismo motriz de un film que transita una voluble narrativa en la que descubrir esas estampas en una elegante composición que remite desde su formato al arraigo, a la cerrazón de una tierra anclada en una tradición que no sólo parece huir de mitos y leyendas, además los constriñe cuando en realidad esa reformulación no es sino causa y efecto de una sociedad cuyas víctimas terminan por ser señaladas. Pero ese rol es precisamente el que busca rehuir Erhao en una mirada que escapa de su traumático pasado para vindicar un aspecto que va más allá de lo etéreo, y se establece en lo terrenal a través de su propia condición de mujer, en la que hallar respuesta no únicamente a esa nueva manifestación sobre la que sostendrá su periplo —casi convertido en atípica e irreal ‹road movie›—, también a un contexto nocivo y eminentemente patriarcal.
El cineasta chino compone así una extraña fábula desde la que apelar al fantástico mediante una imaginería propia y una banda sonora que se alza como elemento esencial al recoger esos sonidos tan costumbristas para trasladarlos a un plano en el que componer algo más que un mosaico ante el que comprender las claves de un film que orienta su perspectiva en torno a la cultura y folclore del país asiático. Un modo desde el que Chengjie arma un insólito puzzle, unas veces reconstruido a través de esa vaporosa narración a la que se ciñe el relato, y otras encontrando en el particular periplo de su protagonista estímulos por los que ir reconstruyendo las piezas que arman esta parábola. Una estructura a la que, pese a la poca cohesión que demuestra poseer en alguna ocasión, el director no renuncia en ningún momento, dejando que las imágenes funcionen como motor, tanto desde esas transiciones entre escenarios, como en la permuta de blanco y negro a color con la que acentuar un singular contraste; conteniendo, además, recursos formales de lo más interesantes como esos planos subjetivos mientras la protagonista está inmóvil, que se adentran narrativamente en la película de forma orgánica con mucho acierto.
The Widowed Witch se mueve en un terreno donde el incisivo retrato que genera su ficción sirve para generar nexos que nos llevan a ese marco por momentos ilusorio, embebido en una enrarecida atmósfera desde la cual dar forma a su vindicación femenina; algo que, a veces, va más allá de la pura extrapolación de la imagen a contextos más fértiles, encontrando en esas largas conversaciones que tiñen el film un modo de desvelar la propia naturaleza de sus personajes, transformándolas asímismo en una forma de mudar los parajes que la conforman y van dotando de un sentido específico a la narración. No obstante, ello no evita que el film caiga en más de una ocasión en un tono monocorde del que resulta difícil despegarse y, por ende, acceder a esos estímulos que sin duda harían de algo mucho más gratificante un ejercicio tan (en ocasiones) intrincado como el título que nos ocupa. Pese a ello, el debut de Cai Chengjie demuestra la suficiente personalidad, albergando en esa estampa rural y local vías para la inmersión en una cinta de género que incluso sabe contener sus destellos cómicos —como cierto momento humorístico extravagante— y, cuanto menos, abre nuevos caminos en un contexto cuyas posibilidades retóricas siguen siendo explotadas de un modo que, quizá, tiempo atrás ni hubiésemos imaginado.
Larga vida a la nueva carne.