Si algo necesitaba la obra de Marjane Satrapi tras su última película, era quizá una capacidad de regeneración inmediata ya que con Pollo con ciruelas empezaba a caer en la vaguedad, haciendo del estilo propio algo que en realidad no se terminaba de asentar como tal. Sea por ello o no (quién sabe, quizá haber dejado a Vincent Paronnaud, su pareja artística hasta el momento, pueda tener algo que ver), la iraní ha encontrado en la comedia un nuevo espacio en el que reformular su cine, algo que ya dejaba entrever en la (por ahora) inédita La bande des jotas, producción realizada entre amigos, y que con The Voices continúa apostando por una voz renovadora, algo que definitivamente aporte a su carrera un tono distinto y le ayude a encontrar cada vez más un espacio personal en el que manejarse.
Es cierto, puede que suene contradictorio iniciar un periplo así con una cinta de reminiscencias «Sundanceras» (es decir, hecha para el público de un festival cada vez menos independiente que encuentra referencia en un cine cada vez más acomodaticio y facilón —siempre con excepciones, claro está—), pero si uno se ciñe a lo que The Voices propone, nos encontramos con una cinta que posee voluntad propia por indagar de una forma distinta en el cine de género, de retorcer en cierto modo sus códigos para construir aquello que nos lleve a obtener, como mínimo, una propuesta distinta en lo que a su fondo se refiere.
Quizá el principal «handicap» de The Voices es que tenía mimbres para ser una de las películas de la temporada, combinando comedia negra (que termina por ser más bien blanca) con una premisa que resulta ocurrente más allá de su propia formulación, pero termina adoleciendo de cierta carencia de intenciones una vez está en marcha el relato. Ello se debe básicamente a lo poco valiente que se muestra Satrapi a la hora de tomar riesgos, y es que si algo requería precisamente un film como el que nos ocupa era expandirse más lejos de lo que el concepto inicial es capaz de mostrar y moldear (hasta cierto punto) durante el transcurso del mismo.
Esas carencias no dilapidan ni mucho menos el resultado final, aunque uno tenga la sensación de que se encuentra ante una ocasión desaprovechada, y ello se debe principalmente a que la idea manejada por el guión de Michael R. Perry —en la que es la primera propuesta propia que la cineasta no escribe— sirve para sostener una película por sí solo. De esa virtud se aprovecha Satrapi, que arma con habilidad a través de la figura de un más que convincente Ryan Reynolds lo que podríamos describir como un «psycho killer» empático. Huyendo de atmósferas turbias y centrándose en dotar de una evolución coherente a su protagonista es como The Voices consigue resultados ciertamente interesantes fundados en una figura central que además está bastante bien dibujada.
Si en el personaje descrito no faltan precisamente detalles o coordenadas para saber en que terreno se mueve la cinta, quizá si que le hubiesen venido mejor escenas un tanto más descocadas, que huyesen de ese aspecto formal un tanto prefabricado y procediesen al desbarre que una propuesta de estas características requiere de tanto en tanto. Esa concreción que define a nuestro protagonista es la mayor baza con la que juega Satrapi, y la que al fin y al cabo termina por darle el ligero y particular triunfo que es The Voices, algo rubricado por unos títulos de crédito que afianzan la propuesta con el esplendor necesario: si la figura del psicópata siempre había traído consigo sensaciones más bien negativas, en este pequeño (y algo amable) giro de tuerca el buen rollo invade la pantalla como pocas veces se había visto.
Larga vida a la nueva carne.