Una silueta disidente se separa de sus compañeros de batallón bajo la negra noche y el trajín aéreo azuzado por balas y bombardeos para emprender una huida (aparentemente) desesperada. Una situación que Dani Rosenberg retrata de forma muy conceptual durante los primeros minutos de su segundo largometraje tras las cámaras, otorgando de este modo una dimensionalidad totalmente distinta a lo que se podría comprender como una escapada agónica. Es así como The Vanishing Soldier vulnera los preceptos de una realidad que para el cineasta israelí no prevalece ante aquello que puede simbolizar una acción, incurriendo en una irracionalidad que marca el tono de su nuevo film (y es que, ¿puede haber algo más absurdo que un tipo paseándose en bici con un rifle de asalto por la ciudad a plena luz del día?). Lejos de lo que podría suscitar el acercamiento a conflictos tan cercanos a nuestro tiempo, no hay una voluntad de aproximarnos al mismo desde un marcado verismo, y es que ante todo Rosenberg muestra una predilección por la forma que, sin relegar el fondo a un segundo plano, se decide por un despliegue formal enérgico, capaz de dotar de una tensión latente a cualquier escena con cierta facilidad, algo potenciado tanto por la banda sonora a la que se acoge el cineasta, como por unos movimientos de cámara que imprimen vivacidad a la acción.
Es, de hecho, la escena de la huida del protagonista, Shlomi, un desertor del ejército israelí, subido en una bici a toda velocidad mientras unos soldados llaman a la puerta de la casa de sus padres, aquella que aviva el tono de una obra como la que nos ocupa, recreándose en una disparatada fuga que siempre transcurre por los derroteros más inesperados. Algo que confirma el cineasta, acto seguido, con Shlomi dándose un baño en una de las playas de la ciudad para, a continuación, saludar a unos turistas extranjeros que cuidan de sus pertenencias: un dislate que Rosenberg alimenta a su vez con ese afilado sentido del humor que dispone la cinta, bordeado por una punzante ironía que se desprende de algunos de los diálogos del film, y que sirve para esbozar un absurdo del que incluso los propios israelís parecen reírse —muy especialmente el padre de Shlomi—. El humor surge así como contrapunto necesario en un film que sabe a la perfección hacia donde dirigirse en todo momento, equilibrando las posibles consecuencias de un acto irracional pero, al fin y al cabo, inapelable, en el simple gesto de emprender una fuga sin importar qué y cómo, sin mirar atrás, quebrando los límites de cualquier percepción y dotando de un revestimiento propio al relato.
Pero no todo son fugas y evasivas en el cine de Rosenberg, que no rehúye las consecuencias de una acción que irá más lejos de lo presumible. Y es en esa decisión, la de abordar la peculiar odisea de Shlomi desde otra perspectiva, donde la obra adquiere una madurez distinta, otorgando un relieve y profundidad distintos al relato, ya sea en la relación del protagonista con su pareja, Shiri —que será, dicho sea de paso, el pretexto para poder huir de la zona de combate—, o en la toma de decisiones al afrontar una coyuntura que se agravará con el paso de los minutos; puesto que si bien es cierto que The Vanishing Soldier toma ciertos subterfugios —como ese quiebre de la realidad en su último tercio—, sabe desplegar asimismo una cercanía que aporta un valor añadido, tejiendo secuencias que captan en su sencillez una sensibilidad fuera de toda duda —como esa en la que Shlomi viaja junto a su novia en el coche—. Rosenberg escribe así una carta que rezuma vivacidad y energía, que rompe cualquier esquema, y que condensa en su narración la voluntad de un cine cuya fuerza recoge una interpretación henchida de carácter como la de Ido Tako —si bien cabe resaltar también el magnetismo de su compañera de reparto, Mika Reiss—, sabiendo ir más allá de lo meramente discursivo para captar en última instancia una humanidad más necesaria que nunca, en especial en contextos como el definido por el cineasta, que llena la pantalla con una franqueza capaz de desarmar al más pintado.
Larga vida a la nueva carne.