La comida navideña. Un acto que tan bien puede representar la celebración, la algarabía y esa nostalgia que las veces se produce en el reencuentro, como la incomodidad por hacer de ese particular instante algo forzoso, engorroso y que, a fin de cuentas, se revela como una mera obligación. No sabemos cómo conciben ese momento los cineastas debutantes Andrija Mardešić y David Kapac aunque en su propósito se encuentre tensar la cuerda hasta que todo salte por los aires, pero sí sabemos cómo lo hacen sus protagonistas: por un lado, Stric —al que da vida el emblemático Predrag ‘Miki’ Manojlović en un rol que parece hecho a su medida—, quien parece apelar a esa nostalgia con el simple cometido de revivir aquello que un día fue mejor; y por el otro un padre, una madre y un hijo —que, dicho sea de paso, toman su nombre de las palabras ‹majka›, ‹otac› y ‹sin›, cuyo significado es madre, padre e hijo en croata, al igual que sucede con el tío (‹stric›), en un revelador ejercicio de despersonalización— obligados a reproducir vez tras otra ese instante en busca del resultado perfecto como si de un rito se tratara.
Es así como asistimos a una suerte de tramoya que, si bien apunta en su puesta en escena y todo aquello que forma parte del hogar de esa familia a una fecha concreta (la década de los 80), pronto se revelará como el espacio ideal para poder llegar al punto deseado. En ese sentido, los cineastas croatas introducen anacronismos no sólo visuales —como ese móvil que porta Stric—, sino también sonoros a través de una BSO que, por más que sea extradiegética, posee un sentido muy específico que va más allá de construir una atmósfera sobre la que hacer orbitar The Uncle; algo que logra con creces apelando a algo mayor que la extrañeza que deriva de la situación expuesta, y es que lejos de quedarse en la simple circunstancia, la cinta consigue forjar un aura de control que se extenderá sobre cada recoveco de esa casa, e irá desvelando gradualmente tanto sus intenciones como el motivo que maniata a esos tres personajes que, sintiéndose títeres de una coyuntura muy particular, intentan acometer una infructuosa rebelión.
El tándem de cineastas urde así un thriller psicológico que insufla de tanto en tanto notas de comedia negra, sabiendo conjugar imágenes de lo más inquietantes —ese saludo mecánico con el que la familia recibe al tío, que bien pudiera ser la estampa del prólogo de cualquier película de terror, es un buen ejemplo— en esa repetición perpetua que se encuentra de bruces con una especie de familia disfuncional moldeada con tesón por esa amenazadora figura, que encuentra en la enigmática presencia de ‘Miki’ Manojlović un valioso aliado. De hecho, el actor serbio, capaz de moverse en cualquier tipo de terreno —apuntando a esa disparidad de roles, no hace tanto protagonizaba la singular comedia muda de Veit Helmer, The Bra—, dota de un halo muy particular a un macabro personaje que filtra bajo una aparente y falsa cordialidad toneladas de mala leche y una crueldad que trasluce en el momento más inesperado.
The Uncle compone con ello una parábola viscosa en torno al sentimiento nacionalista que provenía del exterior en aquellos años —no es ni mucho menos casual que el tío sea un emigrante, o la numerosa simbología, en especial religiosa, que se desprende del film, así como un cierto halo ultranacionalista— que encuentra en el cine de Lanthimos —especialmente su etapa en Grecia— un acerado espejo desde el que componer una de esas óperas primas tan estimulantes como en cierto modo misteriosas, que glosan esa tendencia del cine de género actual en torno al subtexto —de hecho, quizá a ratos se siente más pendiente de ello que de conjugar una atmósfera, si bien envilecida, que no termina funcionando al nivel esperado—, pero componiendo un ejercicio donde cada matiz prevalece y dota de la cohesión adecuada a su enrarecido ambiente.
Larga vida a la nueva carne.