A finales de los años 20, irrumpió en el panorama cinematográfico el sonido. Por primera vez los diálogos, el sonido ambiental y algunos efectos sonoros sorprendían y hacían la delicia de los espectadores de la época, o al menos los afortunados que pudieron disfrutarlo. Quién les iba a decir a aquellos pioneros del sonido que casi un siglo después el cine mudo volvería a triunfar. Sólo hay que recordar el éxito que tuvo The Artist (Michel Hazanavicius, 2011). Pero ya no sólo eso, sino que el cine sin diálogos, el puramente visual, la expresión misma de la imagen, la historia contada únicamente con fotogramas, volvería a imponerse, y en 2014 sería la gran ganadora de la Semana de la Crítica de Cannes. Estamos hablando de The Tribe (плем’я), del director ucraniano Miroslav Slaboshpitsky, en la que asistimos al día a día y devenires de un grupo de estudiantes sordomudos que conviven en un internado.
Desde el principio de la película ya se avisa al espectador: no existen diálogos ni subtítulos, sólo la lengua de signos es utilizada por los personajes para comunicarse, y aquél que no sepa o no entienda dicha lengua, no sacará nada más allá de lo visual. Pero poco importa qué se dicen los personajes. Con una primera mirada se intuyen o se adivinan sus sensaciones, aquello que expresan con sus manos y con su cuerpo, y es que Slaboshpitsky sabe utilizar muy bien los cuerpos de sus actores para mostrarnos el submundo en el que se mueven, un sitio donde el gris y las líneas rectas reinan sobre el silencio, una escuela donde las reglas parecen haber desaparecido, y donde la autoridad la marca el más fuerte. Realmente estamos ante un submundo tan real y tangible como el nuestro, con la única diferencia que en The Tribe no oirás más que una respiración, las pisadas de los pasillos, el roce de la ropa o incluso de las pieles. Es una película para sentir, para vivirla prácticamente en primera persona, emocionarte y también estremecerte. Una labor que el director consigue de forma notable.
The Tribe arranca con un travelling de introducción en el que conocemos a su personaje principal, Sergey (Grigoriy Fesenko), un chico menudo, más bien tímido y algo sumiso que llega nuevo a un internado plagado de normas, pero no las impuestas por el centro, sino aquellas que rigen la micro-sociedad de alumnos de la que va a formar parte, ya sea por las buenas o por las malas. En ese sentido, el realizador ucraniano no presenta ninguna novedad con su propuesta en lo que a narración se refiere, pero cultiva con gran acierto una evolución de su personaje principal que es lo que verdaderamente enriquece su película. Es de esas historias que van de menos a más en fracciones de segundos, y cuando menos se lo espera, el espectador está inmerso en ese submundo de perdición. Una crítica mordaz a una sociedad en decadencia que representa con iconos que, en principio, parecen seres inocentes, pero nada más alejado de la cruel realidad. El machismo, la decadencia, la violencia, los celos, la corrupción e incluso los actos por omisión tienen cabida en The Tribe, una historia donde no importa tanto el cómo ni el por qué, sino el quién y el dónde.
Sllaboshpitsky consigue terminar su obra con ese crescendo que comentábamos, haciendo que el espectador se revuelva en su butaca, más aún; eso si antes no lo había conseguido tras asistir a una auténtica sesión de tortura visual, el único momento en el que el sonido se alía con la imagen para sufrimiento de nuestros sentidos. Un auténtico trabajo artesanal en manos de un futuro “monstruo” del cine, entendiéndose en todos los posibles sentidos de la palabra.