Se estrenó el pasado mes de agosto en España su Woochi, cazador de demonios, y ahora Choi Dong-hun vuelve dispuesto a demostrar que sabe manejar tantas facetas como se interpongan en su camino. Con el notable thriller Tazza: The High Rollers despertó expectativas entre algunos fans del thriller coreano manipulando a la perfección un relato donde el juego y las apuestas se fijaban como pretexto para dotar al film de un espectáculo donde acción y drama conjuntaban a la perfección. Luego vendría la ya citada Woochi, obra en tanto más humorística que, si bien no terminaba de funcionar en su primera mitad, adquiría los valores necesarios en el segundo tramo del film para compensar una propuesta que, rebajando expectativas con respecto a su segundo trabajo, como mínimo demostraba tener tras ella a un cineasta interesado en manipular géneros y temáticas de lo más dispares, hecho que se confirma con su último trabajo hasta el momento, una The Thieves que partiendo con la vitola de haber sido un gran taquillazo en Corea y de tener antecedentes como la, por qué no decirlo, divertida y descocada saga Ocean’s Eleven, demuestra que Choi Dong-hun es uno de esos cineastas a seguir cuando caiga en sus manos material de determinado calibre.
Del mismo modo que Woochi nos hacía presagiar durante sus primeros minutos que estábamos ante otro intento fallido por parte de un cine surcoreano que goza de mayor salud que nunca, el nuevo trabajo de Dong-hun se mueve por los mismos derroteros, y es que el humor que tanto perjudicaba su anterior film vuelve a estar presente en esta The Thieves donde, por si ello fuera poco, nos topamos con secundarios a modo de comparsa que, lejos de tener gracia o no tenerla, son malos actores. Aun así, escudarse en la limitación de unos intérpretes para justificar la inclusión de un humor que simplemente no funciona tampoco tendría sentido: los tintes cómicos están ahí, sus pretensiones son las que son y tratar de ser indulgente con ciertos aspectos de la obra que no funcionan resultaría erróneo.
En su defensa, y como alegó un compañero al finalizar la proyección, es un humor en el que entras o no entras, así de fácil. Huelga decir que para el público occidental, acostumbrado a unos códigos extremadamente distintos en el modo de perfilar ese humor, puede ser incluso lógico que no conecte con un género que lleva estando de más en las dos últimas películas de Choi Dong-hun, pues en su Tazza ni era necesario, ni hubiese aportado nada a la obra en sí.
Dejando de lado esa faceta todavía por pulir en el cine del coreano, nos encontramos ante una de esas cintas de robos dirigidos estilosamente por un numeroso grupo de ladrones que muestra en su secuencia inicial unas aspiraciones no retribuidas para con el espectador durante el resto de metraje. Ya sea por un guión que no termina de explotar virtudes que sí sabía hacer el bueno de Soderbergh en la ya citada Ocean’s Eleven, o por un montaje que no ayuda en exceso a la comprensión en la ejecución de esos robos.
Al final, parece que uno ve danzar personajes en pantalla sin más motivación que esa: no hay una clara distribución de sus roles y, para colmo, algunos resultan demasiado predecibles como para no comprender sus intenciones de buenas a primeras; todo ello, claro está, sin aludir a esa comparsa romántica que Dong-hun emplea en un cuantioso grupo de personajes donde lo más lógico era que entre ellos surgiesen relaciones extra-profesionales.
Por suerte —todo hay que decirlo—, la inclusión de intérpretes del nivel de Kim Yun-Seok (The Yellow Sea), Simon Yam (fetiche de Johnnie To que ha estado en títulos como Election, Exiled o la más reciente —si es que eso significa algo en el cine de un director que finiquita dos películas prácticamente cada año— Sparrow) o Gianna Jun (My Sassy Girl, Blood: The Last Vampire) dotan de una solidez que el resto del elenco no consigue alcanzar entre interpretaciones que van de lo flojo a lo interesante y, en ocasiones, ni siquiera aportan demasiado.
Entonces, si tenemos un primer y segundo actos repletos de humor fallido y una trama de manguis que no termina de arrancar con tres o cuatro actores que aguantan el tipo por su presencia en pantalla, ustedes se preguntarán, ¿y donde están las virtudes? Pues a eso vamos, porque Choi Dong-hun consigue hacer despegar lo que hasta el momento era una película curiosa pero dirigida al fracaso en no pocos flancos, tirando de eso que ha dado tanta fama a los coreanos últimamente: rodar secuencias de la acción más pura, explosiva e inverosímil en un marco que lo requería a voces. Es, de hecho, bastante particular que una cinta como lo que se suponía iba a ser The Thieves, tenga que recurrir a esa vertiente para terminar salvando los muebles y, pese a ello, poco importa. Porque el autor de Tazza logra que su trabajo emane tintes más espectaculares que no habíamos visto traducidos en pantalla de ese modo desde The Yellow Sea, y que se correspondan con un film donde no parece que esté encajado con calzador. Además, la inclusión de un malo maloso que, dejando a un lado los eufemismos, es cojonudo, ayuda a que los últimos compases de The Thieves deleiten a un público que no se aburrirá durante el metraje pero quizá ladeará la cabeza en busca de un plus, ese que encontramos en un final de órdago no apto para cardíacos, y es que si algo se les da de maravilla a los coreanos es rodar escenas tan improbables como irrepetibles que, además, despejen cualquier atisbo de duda acerca de quien manda en el género.
Larga vida a la nueva carne.