Con la llegada del nuevo siglo, el thriller ha explorado nuevas vertientes que nos han llevado desde el desgastado terreno meta hasta una deconstrucción de sus paradigmas que han sabido trazar cineastas como Jim Jarmusch o, más recientemente, David Fincher. Es en ese marco donde, en parte, parece entrar esta The Temple Woods Gang, nuevo largometraje de Rabah Ameur-Zaïmeche que en realidad entronca mucho mejor en la parcela dramática, pero al que no se puede negar una suerte de desnaturalización genérica que lleva a cabo desde su parquedad y (en apariencia) falta de motivos; algo que se puede contemplar en la secuencia del robo, que a postre será la que vertebrará el relato, abstraída de cualquier atisbo de tensión: de hecho, el modo en cómo el franco-argelino filma dicho momento, extirpa cualquier intención de realizar una aproximación genérica, dando pie de ese modo a un retrato mucho más cercano y tangible del lugar donde acontece la acción. Es, de hecho, su falta de atavíos, comprendidos desde una puesta en escena anémica, que rechaza frontalmente los parámetros mediante los que se ha armado de forma habitual el ‹noir› (o su extensión moderna), aquello que otorga un contraste todavía mayor al terreno que pisa el cineasta; en ese aspecto, cabe añadir también una falta de matices y detalles —muy presentes en el género— que repercuten del modo más directo posible en la construcción de una trama que, de tan llana, adquiere un aire descuidado, casi de desidia perpetua en tanto todo se resuelve a golpe de plumazo, como si el desarrollo solo pudiera quedar relegado a un insignificante manchurrón si con ello el ejercicio en cuestión termina llegando a buen puerto, algo que no consigue, y que para colmo de males dilucida un final todavía más raquítico y trivial que el resto, por más que busque poseer una fuerza discursiva a la que ni por asomo se acerca.
Cabe valorar, quizá, que The Temple Woods Gang funcione a modo de espejo refractario de ese pequeño barrio, logrando estampas que reverberan en esa mundanidad que tanto se esfuerza en conseguir en pos de una visión propia, pero al mismo tiempo vaga, cuya sensación de abulia —aunque pueda no ser así— recae con constancia sobre el peso del relato y la narración, imprimiendo una planicie palpable en no pocos recovecos de los mismos. Se aprecia, pues, el propósito de su autor, pero al mismo tiempo todo se siente presa de un cálculo que se extiende en su metraje, que entorpece vez tras otra sus propósitos y que, ante todo, evita que la propuesta se eleve teniendo en cuenta que sus fundamentos bien podrían dar con un film mucho más rico y maduro. Por contra, lo que queda es un constante empeño por desdibujar los márgenes del thriller, incidiendo así en su vocación central, pero dejando por el camino un aire de desdén considerable, hecho que intensifica sin buscarlo esa querencia por estirar el chicle, por dotar de un relieve que en realidad no poseen pasajes que sí, ayudan a sostener ese reflejo tan particular, pero terminan por caer en una redundancia que no hace más que herir de muerte al film, arrebatarle argumentos que bien pudieran poseer el peso suficiente, aunque devengan en un garabato no exento de intenciones, pero sí de ideas que contemplen algo más que un prisma que lo jerarquiza todo e impide que The Temple Woods Gang respire por sí sola lejos de algún momento muy concreto.
Larga vida a la nueva carne.