Tras el decente ‹remake› de The Housemaid, vuelve Im Sang-soo a un cine que no le dio malos resultados en su anterior incursión y que en esta The Taste of Money no termina de saber bien cómo pulir. De ritmo moroso, sentido estético y milimétrica planificación, sus cuarenta primeros minutos devienen un lastre que parece no llevar al film a ningún lugar; entre conversaciones que aunque nos introducen en su universo no aportan nada más allá de establecer relaciones, y un guión que no parece querer dar pistas acerca de la temática central del film, no levanta cabeza el coreano en una introducción más bien floja que no parece arrancar hasta mostrar sus principales bazas: un humor descocado que se presenta en una de sus mejores secuencias y un erotismo pasado de rosca que le confieren el tono acorde con lo que Im Sang-soo pretende contar. El director nos ofrece una historia de celos, venganza e incluso alguna que otra pincelada de violencia en un thriller que nunca se muestra como tal y prefiere seguir otras sendas que la hacen devanearse entre el humor negro más descarado, un blando romance que más bien parece relleno y unos visos dramáticos que, finalmente, es lo que le termina dando forma.
La casa donde acontece casi todo también se erige con parte de protagonismo al conceder al director espacios y rincones en los que desenvolver la acción pudiendo desarrollar esa simetría tan habitual en sus trabajos, que acompaña con elegancia el lujo y la ostentosidad de la que hace gala el ambiente en el que se mueven los personajes, incluso dejando lugar a los excesos de esa familia adinerada coreana sobre la que se intuye cierta sombra crítica acerca de la situación actual del país, pero que nunca desemboca en algo mayor o con la suficiente sustancia como para que el espectador le confiera la importancia que merece.
No parece, sin embargo, el objetivo de Im Sang-soo hablar sobre una situación que queda reflejada de buenas a primeras, y a la que únicamente se dirige para definir los lindes de ese particular mundo en el que terminan desembocando todos los conflictos. En ese sentido, no termina de estar pulido un guión cuyos anclajes quedan a merced de giros demasiado traídos por pinzas, a los que hay que ceñirse para no desacreditar un trabajo que probablemente no debiera acogerse tanto a los recovecos románticos de un relato que funciona de maravilla cuanta más mala leche tiene.
Tampoco termina de funcionar a nivel interpretativo debido a una pobre dirección actoral donde solo se salvan los más veteranos de la función, y que fracasa estrepitosamente con jóvenes talentos que realizan un trabajo mecánico en exceso que probablemente responda a aspectos del relato, pero terminan amplificando ese tono tan impostado que posee el film en general y, en consecuencia, minando las posibilidades de un conjunto que podría haber aspirado a más. Por suerte, ese tono impostado rompe frontalmente con secuencias que otorgan un desaire al trabajo de Im Sang-soo y dan margen a momentos de un humor negrísimo que, con total seguridad, es lo que mejor funciona en una cinta que, pese a terminar estirándose en exceso, deja un último ramalazo de lo más sorprendente a la par que culmina una película suficientemente irregular como para no cautivar como sí lo logró, en parte, su anterior The Housemaid. Se puede decir, pues, que con The Taste of Money Im Sang-soo continúa desarrollando sus particulares tics con cierta fortuna, pero el poso amargo al final de la proyección expone las carencias de un cine que con una mejor escritura podría dejar en boca de muchos el nombre de un autor que parece no terminar de arrancar.
Larga vida a la nueva carne.