Ya arrancó la décimo tercera edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla. Ya llegaron las colas, las películas que no podrán verse en el circuito comercial, los corrillos de personas comentando esta cinta o aquella otra.
Comenzamos las crónicas con The Student, (M)uchenik en su versión original, una película del cineasta ruso Kirill Serebrennikov, cuya anterior obra, Betrayal, pudo verse en algunos cines españoles hace tres años. Para la ocasión, su director adapta una obra de teatral, con unos planos secuencia que alejan al relato del encasillamiento de teatro filmado.
La película comienza cuando un adolescente se niega a participar en las clases de natación asqueado por la visión de sus compañeras en bikini, pues según él dicho comportamiento atenta contra las escrituras de la biblia. Lo que sigue es una guerra entre las ideas del chico y la enseñanza de una profesora de biología que se encuentra en el punto de mira del chaval. Básicamente, son dos ideas, dos mundos, enfrentados, sin posibilidad de entendimiento.
Lo que llama rápidamente la atención es que la escuela, aún sin otorgarle crédito al chico, se lo quita a la profesora en una falsa equidistancia donde la ciencia va perdiendo el terreno de manera alarmante. Así, la solución al problema planteado por el chico en la clase de natación es obligar a las chicas a que lleven vestido de baño completo y no un mero bikini, o que en las enseñanzas de Darwin deben estar a la misma altura que el creacionismo, sin olvidar la pobre educación sexual que los chicos de la clase tendrán que estudiar.
El director juega en mostrarnos un colegio que, cada vez y de forma visible, se va pareciendo a la Rusia de Putin, donde la homosexualidad no es un delito en si, pero hacer ‘publicidad’ de la cuestión, sí lo es. Un colegio donde la religión tiene un lugar destacado y donde la profesora se ve cada vez arrinconada e incomprendida. Un colegio como reflejo de una sociedad que se mira así misma como patriótica y vacunada de la decadente cultura occidental, en un uso del lenguaje que encantaría a los mandatarios iraníes, aunque el relato está poblado de miles de pequeños detalles, que enriquecen su mirada y de un color más gris que llevan consigo preguntas que deberá responder, si puede, el espectador.
También hay otra manera de entender el relato y es la obvia crítica no a la religión, sino a la imposibilidad de seguir al pie de la letra un libro, la biblia, que desprovisto de metáforas acaba por ser un conjunto de leyes crueles y vengativas. En este punto es destacable comentar que nunca, en ningún momento, entramos en la mente del chaval. No entendemos su motivación ni el cambio que ha sufrido y que todos comentan. Es imposible. Esta manera de mirar al chico se asemeja a la mirada que observamos, por ejemplo, a los integrantes del Daesh (o ISIS), que siguen también de manera cerrada los escritos de otro libro, el Corán.
No me parece casualidad está observación y creo que Serebrennikov es consciente de ello y plantea cierto debate; cualquier religión puede sufrir dicha alteración si se sigue al pie de la letra. Toda la obra está salpicada de frases literarias sacadas de la biblia, cuyo apóstol y lugar en la biblia aparece en imagen. Pero es que toda la obra bascula sobre la mirada de dicho libro; así, en un momento dado, la profesora defiende (no sin mucha ironía) que bien podría extraerse de las sagradas escrituras que Jesús y sus discípulos eran un grupo de gays que se acostaban juntos. O como cada uno de ellos, el estudiante y la profesora, defienden o atacan a los judíos tomando como base lo escrito por los apóstoles.
La radiografía que se saca de la obra es de un país en una deriva autoritaria, donde el retrato de Putin aparece en muchas de las escenas que tienen como protagonista a una directora de colegio que parece estar más en sintonía con el alumno que con su compañera de trabajo. Un país con un odio a todo lo que huela a homosexual, al de fuera, donde la profesora acabará por sentirse acosada y en peligro constante por todos los que le rodean. Un estado, el ruso, que abraza tanto la religión como el culto al cuerpo.
Desgraciadamente el relato acaba por agotar a un espectador en constante tensión por las idas y venidas del chico y su ‘guerra santa’ personal contra la profesora. El espectáculo no hace más que dar vueltas sobre si mismo en un lento crescendo. Pero sin embargo uno sigue enganchado en la butaca, pendientes de una resolución que nunca llegará, con un lenguaje que no huye de la simbología más sencilla (y eficaz, nada que despreciar), como ocurre en la resolución de la historia, donde la biología se niega a abandonar la enseñanza a pesar que la cruz se haya instalado y reclame todo el espacio.
En algo tiene razón este crítico: la Biblia no es un libro que puedes vivir al pie de la letra a menos que hayas nacido de nuevo y tengas al Espíritu de Dios en ti, con lo cual sus mandamientos no son difíciles de cumplir (Juan 3, Romanos 8:9, 1 Juan 5:3), de lo contrario es letra muerta (Romanos 5, 6, 7) y locura para los que se pierden (1 Corintios 1:18). Así que entrar en la mente de un «fanático religioso» -como nos llaman ustedes- o de un creyente verdadero nunca será posible para un incrédulo, simplemente los creyentes tenemos la mente de Cristo (1 Corintios 2:16).
Buenos días, gracias por comentar.
La crítica se realizó a la película The student, no a la religión cristiana ortodoxa que es la mayoritaria en Rusia. Ignoro si usted ha visto la película (donde la profesora llega a defender sus ideas en algunos momentos en base al ateísmo más excluyente, visión también criticada por el director), pero los actos llevados a cabo por el estudiante, a riesgo de caer en el spoiler, caen en la mayor crueldad posible desde su ‘amor’ por dios, lo que le convierte desde el punto de vista del director en un auténtico fanático religioso. Lo que no entiendo es que usted considere que la crítica a la película sea un ataque a la religión cristiana en su totalidad o a las personas religiosas.
Le invito a ver la película si no lo ha hecho ya. Un saludo.