La llegada de una nueva orientadora a un centro educativo con el objetivo de corregir e impedir que se produzcan ciertas dinámicas es el punto de partida de The Staffroom, debut de la cineasta croata Sonja Tarokić, que desliza a raíz de ese ambiente ajetreado e intenso algunas de las ideas formales de su film, intentando recoger así los matices de un entorno muy concreto. Lejos, sin embargo, de captar una atmósfera que podría dibujar a la perfección ese constante vaivén, así como la tensión y rencillas que se irán asomando a lo largo de una completa narrativa, esa introducción bien podría remitirnos a una suerte de campo de pruebas: en ella, Tarokić introduce elementos que en más de una ocasión no empastan entre sí, creando un conglomerado cuyo montaje tampoco induce una mejoría, y que sobrecarga la escena remitiéndonos a un caos que, si bien se podría antojar deliberado, nunca funciona como un todo, ni siquiera a través de esas incursiones de una banda sonora que parece emerger más como disonancia que como elemento tensor del contexto. Así, entre un feísmo que podría resultar adecuado, pero se mezcla con una amalgama de recursos discordantes (desde extraños zooms a ‹travellings› que combinan de una forma aberrante con barridos, cuya máxima vendría a ser componer una sinfonía de la confusión que se pierde por acumulación), y una por momentos anárquica edición, la carta de presentación de la croata se diluye creando cierta extrañeza; porque, en efecto, se pueden dilucidar las intenciones de ese arranque que compone en The Staffroom, pero todo se antoja tan forzado que el resultado termina siendo exactamente el contrario.
Desde ese inicio, por fallido que pueda parecer, se deduce sin embargo un cierto riesgo formal que Tarokić acoge como uno de los cimientos de su obra; paradójicamente, y ello no implica ni mucho menos que en ocasiones esa decisión no otorgue sus frutos, es desde la síntesis de ese trabajo de planificación, donde The Staffroom levanta algunas de sus secuencias más logradas, pero no tanto por las implicaciones que conlleva esa síntesis, sino más bien por el modo de realzar una de las grandes virtudes del film. Encontrándonos, pues, ante una cinta coral, sobresale un notable trabajo actoral que halla en la textualización del diálogo y, sobre todo, en la gestualidad, uno de esos complementos que tanto vigor confieren a su texto, precisamente; y es que, al fin y al cabo, las relaciones, la forma en cómo son desentrañadas y van adquiriendo nuevas perspectivas desde las que tensionarse y matizarse, son el epicentro de una cinta que obtiene a través de estas su mayor retribución. Basta con observar el constante tira y afloja entre la protagonista, Anamarija, y Siniša Jambrović, uno de los profesores, para entender dónde está el valor de lo que expone The Staffroom; es, de hecho, en la última conversación que mantienen ambos, en la que él otorga un sentido específico a la comunidad en la que vive, confrontando (involuntariamente) esa idea con la del centro donde trabaja: en este, el significado de colectividad parece desplazado, obtuso en más de una ocasión por los intereses y enfrentamientos que se producen lejos de la búsqueda de un objetivo común, priorizando demasiadas veces lo individual, y otorgando a la ópera prima de Tarokić un motivo que posee mucho más peso que ningún libro de estilo, por más que en ocasiones estos terminen determinando (o no) la valía de una propuesta.
Larga vida a la nueva carne.