Para trabajar un género cinematográfico, por específico que este pueda resultar, se antoja indispensable tener una cierta comprensión del mismo; no tanto en cuanto a adecuar carácter a los marcos en que se pueda fijar ese género, sino más bien a saber realizar una lectura de ciertos enclaves que permitan, al fin y al cabo, sostener aquello que se está narrando dentro de una perspectiva propia sin que nada resulte fuera de lugar.
A juzgar por los primeros minutos de The Spine of Night, cinta animada que nos retrotrae a nombres como los de Ralph Bakshi y aquel auge de la espada y brujería que tan buenos títulos dejó en los 70 y los 80, parece evidente que tanto Philip Gelatt (que debuta en el campo de la animación tras obras de terror como They Remain) como Morgan Galen King (cuya simiente del título que nos ocupa está en su cortometraje Exordium) saben exactamente qué terreno pisan; un hecho que se sustrae, entre otras cosas, del carácter fabulador del film, adherido a la narración desde sus primeros compases en esa introducción donde a través de la exposición realizada por Tzod, la protagonista, se obtiene el eje vertebrador de un relato que no se detendrá únicamente en su particular crónica.
Realizada con el método de la rotoscopia, destaca especialmente la composición de unos escenarios que dotan de una corporeidad muy específica al film, así como la capacidad por combinar distintos estilos —como en el capítulo relatado por El guardián, donde emerge una animación con siluetas que podría recordar, salvando las distancias, a las realizadas por Lotte Reiniger o, en los últimos años, Michel Ocelot con cintas como Los cuentos de la noche o Príncipes y princesas— sin perder, no obstante, el carácter quimérico y cruento del film. Todo ello favorece la creación de una ambientación personal que, si bien es obvio que bebe de diversas fuentes, sabe anteponerse creando pasajes tanto de un cariz más reflexivo como de una naturaleza más descarnada, hecho este que fomenta, precisamente, la inmersión en un universo muy particular.
Quizá, en cierto modo, la confluencia de esos pasajes no favorecen la disposición de una narrativa más sólida, pero sirven, cuanto menos, para aportar determinados matices desde los que modular el tono de un film que, de otra forma, probablemente caería en una repetición de la fórmula que no favorecería, para nada, el conjunto.
The Spine of Night se muestra así como un ejercicio eficiente en su modo de apelar a algo más que al espíritu brutal y la vorágine sangrienta que se sucede ya desde su primera secuencia de acción, tejiendo sobre esa condición un mosaico que posee, además, la capacidad para explorar los resquicios más oscuros de la naturaleza del ser humano, un subtexto que los cineastas integran con tenacidad a través de algunos de los diálogos de la cinta; diálogos que, a la postre, ejercen como arteria en la construcción de un microcosmos articulado perfectamente en torno a los distintos elementos de la obra, incluida una banda sonora de corte más bien clásico que incluso se atreve a incorporar sintetizadores sin perder un ápice de su esencia.
Lejos de su edificación más o menos prototípica, The Spine of Night encuentra en la imaginería de su relato y los distintos personajes que lo complementan un motivo que, al final, no deja de ser el subterfugio ideal desde el que devolvernos a una dimensión tan violenta como irracional; una extraña cualidad, esta última, desde la que se puede comprender la deriva de un género que, después de todo, solo había que entender y, en efecto, barnizar con una sinrazón que no todos podrían vislumbrar.
Larga vida a la nueva carne.