Tras la muerte de su padre, el joven Oliver regresa al clásico hogar de su familia, un amplio chalet residencial emplazado a orillas de un lago. Junto a él viaja Nikolai, un ruso cuyo sentido de la extroversión es inversamente proporcional a su don de la oportunidad. Pero el objetivo de ambos no es pasar unas vacaciones de lujo, sino lanzarse al robo de una joya que ha permanecido resguardada en la residencia durante mucho tiempo: un disco de vinilo grabado durante los años 40 en aquella propiedad y que hoy día aún permanece precintado, por lo que su valor en el mercado alcanza una cifra muy alta.
The Song of Sway Lake es el título de esta curiosa historia que nos narra Ari Gold, cineasta californiano que en su segundo largometraje (tras la desapercibida Adventures of Power que él mismo protagonizó) quiere elaborar un relato donde las consecuencias de un incierto pasado sean el elemento que acompañe toda la narración. Aunque en alguna escena nos aclara qué sucedió en su momento para que la familia Sway muestre signos de desunión, reflejados en la tensión que se palpa entre abuela y nieto, Gold prefiere no pasarse de explícito a la hora de describir estos hechos y lo confía todo al poder de las imágenes.
En efecto, si bien The Song of Sway Lake no es una película que se quede corta en diálogos, estos se encuentran lejos de constituir la parte más importante de la obra. El propio carácter del protagonista Ollie y su abuela Charlie Sway, personas reservadas y ciertamente gruñonas, no invita demasiado a focalizarse en las palabras que salgan por su boca tanto como en sus gestos o en las acciones que llevan a cabo. El escenario que acompaña a la historia, una pequeña colonia residencial situada en un lugar apacible y evocador, favorece este clima contemplativo y lejos de lo turbulento. De hecho, incluso los episodios más turbios del film poseen un evidente aroma a insignificancia.
El logro de Ari Gold es conseguir que toda esta sensación de futilidad se acompase con mucha corrección al mencionado relax que transmiten sus imágenes. Pese a su ritmo templado, no hay momento para el bostezo en The Song of Sway Lake. Sin embargo, conforme avanza el film también se desarrolla la impresión de que la historia no tiene excesiva fuerza narrativa. El hecho de que una poderosa familia de un minúsculo (aunque precioso) paraje natural esté al borde de la destrucción por un pasado de desgracias y por el rencor que persiste entre abuela y nieto no termina de encajar bien con el leitmotiv de la obra, el robo del vinilo, ni con el personaje de Nikolai, a caballo entre lo que sería un desenfrenado joven de American Pie, un asesino silencioso y un gigoló. Este cóctel de buenas ideas no mezcla demasiado bien y otorga como resultado una cinta elaborada con unos propósitos loables pero que no están desarrollados como deberían.
En su conjunto, The Song of Sway Lake termina por constituirse como un film de espíritu sosegado. A ello contribuyen el apacible lugar en que se desarrolla la historia, la suave banda sonora y el carácter de sus personajes, que se muestran introvertidos y algo sombríos. Con todo ello, el visionado de la obra de Ari Gold resulta cómodo y en varios momentos logra despertar la atención, aunque en la parte final de la película ya parece evidente que no va a alcanzar un desenlace claro y adecuado que cohesione la hora y media de cinta. Los ecos de ese misterioso pasado que parece cernirse sobre la familia Sway no tienen una justificada repercusión en el presente como para que The Song of Sway Lake consiga aportar un argumento definitivo que alimente su trama.