The Sinkholes (Les gouffres) es mía. Acabó en mis manos porque otros se consideraron incapaces de formular algo coherente sobre ella. A pulso se gana el atributo de “dificultad para conectar con la película” porque tiene mucho de ejercicio visual con cierta melancolía dirigida al lirismo, también otro tanto de vacío esquemático, pero las conexiones no se buscan, suceden, y la película, sin intención alguna de expulsar a nadie, no está por la labor de sobornar a cualquiera para que la acepten.
Comencemos con los factores externos, ya que se atreve con las erosionadas capas de nuestro planeta hacia su interior. Aquí, superficialmente, encontramos al atrevido director novel (y francés) Antoine Barraud que más allá de una narración se ha basado en una experiencia terrenal e imaginativa con la que muchos se han dado de bruces. No creo que sea tanto por la película, y sí por ese aura manifiesta que promete lo que le conviene. “La presencia de la estrella del indie francés Mathieu Amalric” que con sus ojos complejos nos encandila pero que en el film es una mera excusa para encauzar un agujero y sus maravillas. “Película hermana de Primer y Pi”, y si nos lo proponemos también es prima de Los mundos de Yupi, por eso de hablar de ciencia-ficción teórica cuando es, cómo no, otra excusa para encasillarla en un lugar al que no pertenece del todo. Faltó algún visionario que decidiese citar los grandes documentales sobre el hombre frente a la naturaleza y sus retos, que también cabe aquí, por qué no, los factores externos siempre están ahí para llevarnos por el camino más complicado en el que meteremos —siempre— el pie en la grieta que hunda nuestras expectativas.
Toda esta información la procesamos antes de que empiece la película y así formamos una ventaja discriminatoria frente a aquel que no sepa nada de ella. En realidad es todo mentira, son los pasotas los que van a ganar esta carrera. Pero la película comienza, y si olvidamos todo lo anterior… suerte.
¿Es la inmensidad una confrontación peor al miedo mundano? Georges va en busca de agujeros en los que adentrarse pero es France nuestra compañera. Quien espera, lejos de su hogar y de todo conocimiento, que su esposo vuelva. Vemos luz, mucha luz que somete la despedida a un halo de esperanza, una luz hermosa que ilumina a France en todo momento, que hace brillar sus costumbres y su curiosidad hasta que llega la noche, la solitaria noche en un lugar donde los días son distintos a las conocidos, donde esa hora del lobo que tan bien retrató Bergman se produce en cualquier momento sin importar ya la luz, porque el mundo está desubicado entre serviciales personajes y llamadas de relojes que nunca coinciden.
Los simbolismos aparecen de la nada y en ellos los terremotos avistan el derrumbamiento moral, o tal vez espiritual de la historia. Esa mujer luz se convierte ahora en lo que siempre fuimos, mujeres cueva, porque perfilamos la oscuridad con otra perspectiva, ahondando en otro plano de realidad frente a lo que ellos siempre fueron, hombres roca, que no calibran lo que sucede al mismo nivel. Así, sin el equipo necesario es France, una espectacular Nathalie Boutefeu la que realmente hace un estudio de la naturaleza y sus oquedades, escapando a la razón, huyendo de la emoción.
A veces no es tanto la dirección que se toma como la que nos permiten imaginar. Es algo que disgusta a una mayoría porque puede dar imagen de vagancia o falta de ideas, algo así como una ausencia de sinceridad. Esto va más de la implicación del que ve en lo que el visionario ha contado (o ha omitido). Aún así, The Sinkholes no es una película que necesite un exceso de confianza de nuestra parte, es una película que funciona a fuerza de azar.