La película austriaca de los cineastas Tizza Covi y Rainer Frimmel dejó a más de uno despistado en el pasado Festival de cine europeo de Sevilla. De tono minimalista, nos narra las vidas de Phillip y su tío Walter, cuando el segundo va a visitar por primera vez a su sobrino, buscando respuestas sobre su pasado y su hermano.
Walter ha trabajado toda su vida en el circo ambulante mientras que Phillip comienza a saborear las mieles del éxito en su carrera teatral. Uno está de vuelta de todo, haciendo memoria del pasado mientras que el segundo comienza a despegar y todavía no tiene un pasado al que añorar. Aparentemente no tienen mucho en común (salvo la falta de amor a su alrededor) y sin embargo van a llegar a necesitarse el uno al otro.
La historia se inicia cuando Walter intenta dar con su hermano después de años de distanciamiento y encuentra al hijo de aquél. Nunca se dice, pero lo cierto es que el viejo y simpático Walter, una vez acaba su actividad en el circo, no tiene nada que hacer ni un lugar al que llamar hogar. Así que casi sin hablar de ello, lo cierto es que el tío de Phillip se instala en el hogar de este y viven juntos. Lo que sucede es una simbiosis donde ambos salen ganando, puesto que Walter demuestra ser un ayudante bastante competente para los ensayos de su sobrino.
Así, mientras Phillip recorre el país entre obra y obra, su tío se queda al cuidado de su casa mientras poco a poco comienza hacerse imprescindible para los vecinos, entre los que destaca la entrañable relación a la que asistimos con los hijos pequeños del vecino inmigrante desesperado porque su mujer ucraniana no puede abandonar su país (como en Bosnia, ese país acaba siendo casi una prisión para sus habitantes a no ser que quieran arriesgarse a buscar protección en las mafias).
Como ya decíamos anteriormente en otras reseñas, en el festival hemos asistido a un puñado de proyecciones donde la crisis europea (y no sólo la económica) asola el viejo continente mientras las fronteras se desdibujan. Aquí ocurre lo segundo, el hogar de los personajes es solamente donde por circunstancias de la vida residen, aparte de que, sobre todo en el caso de Walter, vamos descubriendo a la vez que el viejo intenta recuperar parte de su pasado y que es un ciudadano del mundo, un europeo que se mueve por el continente pero a su vez ha perdido el contacto con sus raíces. Raíces que no puede recuperar, porque ese pasado es más bien oscuro.
No hay muchos conflictos que salpiquen el relato. Tampoco se explota el consabido «vete de mi casa puto parásito». Los dos se encuentran a gusto y comparten su soledad en armonía. Walter es un viejo entrañable sin nadie a su alrededor y Phillip es un actor de éxito que tiene siempre mucha compañía femenina, pero ambos están solos.
Phillip le dará a Walter la posibilidad de ejercer casi como de figura paternal mientras el viejo aportará estabilidad a la vida laboral de su sobrino.
Paralelamente, y recuperando la pequeña subtrama del vecino y Walter (que hace de abuelo en la familia), este decidirá emplear un último truco de magia, consistente en traer a escondidas a la mujer de su vecino en una caja y pasar la frontera sin ser vista. Nuevamente se hablan de fronteras, ahora más físicas que emocionales.
El final abrupto cogió por sorpresa a muchos. No se sabe ciertamente qué termina de suceder en el único momento de la cinta que se crea un objetivo tangible por los protagonistas.
Nuestra conclusión es que acaba mal.
Los últimos trucos de magia siempre acaban así.