«No me interrumpa. Por favor, no me interrumpa.
Lo que está a punto de presenciar no es entretenimiento.
Esto no es una declaración política. Ni siquiera son las noticias.
Esto… esto es arte.»
Apenas unas líneas de diálogo, y Anders Rønnow Klarlund ya ha realizado una concisa y directa declaración de intenciones que juega como espejo para reflejar lo que en realidad no es más que un reflejo. Terroristas con una vertiente artística y su encuentro con una rubia muchacha que quedará prendada por las artes de su líder no son, pues, más que una excusa para hacer de The Secret Society of Fine Arts un reflejo. Quizá para ello debamos comprender el contexto del último film de Rønnow Klarlund, quien hastiado por el panorama cinematográfico danés actual, decidió hacer de este su último film. O quizá no debamos comprenderlo, y simplemente enfrentarnos a unas imágenes que revelan una contundente reflexión en la que no valen las medias tintas. En otras palabras, lo idóneo es aceptar el discurso de Rønnow Klarlund —esto no es entretenimiento, esto es arte—, o hacerse a un lado.
Un discurso que por otro lado y, como es obvio, no es más que pura retórica. Desde esa perspectiva, el danés no pretende asumir ninguna realidad incontestable, ni siquiera dar a entender que aquellos que queden desapegados de lo que The Secret Society of Fine Arts propone no puedan comprender ese arte. El doble filo del discurso que maneja Rønnow Klarlund, en este caso, posee una mirada desesperanzadora que fundamentalmente sustenta ese reflejo del que hablaba anteriormente: la propia construcción del film (amparada en un aspecto visual falsamente embellecedor), la descripción del personaje central (que bien podría ser un alter ego del propio cineasta) o esa destrucción del arte para crear nuevo arte (a modo de paralelismo con la situación actual en no pocos confines del panorama cinematográfico) son sólo algunos de los pilares que dan sustento a una visión apartada de todo optimismo, algo que en realidad termina rubricando un final en el que no parecía poder existir otro camino posible, por lo menos desde la óptica de un autor que encuentra en este último alegato una ventana a las sensaciones sobre un panorama en el que, como él mismo alega, no hay declaraciones ni discursos.
La forma con que Chris Marker configuraba su La Jetée, y que aquí reproduce en cierto modo, sirve al director de Strings para sustentar un film cuya lírica no estriba en sus imágenes, ni siquiera en su particular disertación, sino en la reflexión posterior a la que Rønnow Klarlund conduce al espectador. El golpe final —que ni siquiera se configura como tal, se antoja una vía paralela y coherente con el resto del film— no es más, pues, que un desencadenante para comprender cual ha sido el error de un terrorismo (o arte) en el que no hay alegatos y el embellecimiento supone una parte del todo, desechando cual el verdadero cometido de esa base en la que se sustenta. The Secret Society of Fine Arts compone de este modo uno de esos mosaicos que a buen seguro crearán división entre los espectadores, pero cuyo valor quizá se antoje mucho mayor con el tiempo, pues el ejercicio que realiza el danés no sólo sostiene una reflexión tan necesaria como tenaz y lúcida de nuestros tiempos y hacía donde nos dirigimos, también sabe esconder en su recoveco más poético una de esas pequeñas joyas que no hay que perderse por su mérito y su valentía.
Larga vida a la nueva carne.