Se suele decir que las grandes obras maestras de la historia del cine tienen un lenguaje universal, porque hablan de vidas y emociones tan intrínsecamente humanas que superan las barreras y diferencias culturales. No importa que el escenario sea absolutamente local, porque el núcleo de estas historias nos hablan de nosotros mismos, más allá del lugar donde hayamos nacido. Si bien es posible que esto sea así, lo que también es claro es que el contexto también tiene una cierta importancia en las películas, especialmente aquellas que buscan la metáfora, la sátira o revelar traumas de un país.
Ese parece ser el caso de The Science of Fictions, del director indonesio Yosep Anggi Noen. Ganadora de una mención especial en el Festival de Locarno, la película está protagonizada por Siman, un granjero que descubre por casualidad el rodaje del aterrizaje del Apolo XI sobre la superficie lunar. Descubierto allí, a Siman le cortan la lengua para que no cuente lo que ha visto, lo que le provocará que empiece a caminar a cámara lenta, como si no hubiera gravedad.
La película es difícil de seguir, muy especialmente por su mezcla entre líneas temporales y diversos niveles dentro de la ficción, con un protagonismo casi exagerado de cámaras y pantallas. Algunos detalles pueden arrojar luz sobre elementos clave del film, que gira en torno a la masacre indonesia de 1965-66 contra los militantes del Partido Comunista. El hecho de que se esté filmando el alunizaje estadounidense remite a la implicación del país americano en el golpe de estado que originó la masacre, y en su papel para ocultar lo que había pasado y crear un relato de cara a la opinión pública occidental.
En todo puzzle, es importante saber las piezas que van en las esquinas, pero también cómo se estructura el centro. El gesto de Siman —moverse ridículamente a cámara lenta— ocasiona una reacción de sonrisa helada al saber que ese hombre que camina raro sufre un trauma muy difícil de superar. Siman es también el reflejo de una sociedad que ha optado por ocultar su trauma, incapaz de hablar de él más allá de pequeños murmullos, mientras que los autores de la matanza campan a sus anchas y cuentan sus crímenes sin pudor, como se aprecia en el documental The Act of Killing.
Hay que destacar de la película la capacidad de Anggi Noen para generar un discurso serio y reflexivo sin dejar de resultar onírico o raro (en el mejor sentido del término). La reflexión sobre lo real y la ficción, la verdad absoluta y creada y cómo se construyen los relatos a partir de la imagen pueden hacernos reflexionar también sobre cómo estamos viviendo la crisis del coronavirus, en la que cosas que parecían irreales o de ciencia ficción hace algunas semanas se han convertido en totalmente reales. Como el gesto de Siman, la simulación, aquello que nos parecía lo real, se ha visto sustituida por lo verdaderamente real, que ahora nos parece una simulación, un sueño entre divertido y terrible.
Al final, la película de Anggi Noen se ve lastrada por un cierto discurso deslavazado, situaciones que buscan trasladar muchas realidades y personajes distintos, pero que acaban por evitar dar un sentido redondo al film, pero eso no quita que su núcleo sea totalmente actual y universal, especialmente una vez contextualizado para un público foráneo.