Hace ya más de dos años que comencé mi andadura en Cine maldito. Cuando por aquel mes de marzo del año 2013 me propusieron colaborar en este espacio jamás hubiera imaginado que pasado el tiempo seguiría escribiendo de cine en este o en cualquier otro medio web. En esos primeros pasos siempre existen ciertas pretensiones —y también ilusiones— por tratar de llegar al mayor número de lectores posible —digan lo que digan, todo redactor anhela ser leído cuando más mejor, aunque por falsa modestia no nos guste admitirlo en público—, aunque escribiendo en un espacio que tiene a bien autodenominarse como Cine maldito uno es sabedor de antemano que sus reflexiones y paranoias tendrán un recorrido más que limitado cerrado a un minúsculo círculo de lectores que, quizás por azar, bien porque les resulte llamativo el título de una determinada obra o más bien creo que persiguiendo el único afán de mofarse de los comentarios del que escribe, terminan pinchando el link de un determinado análisis. No soy crítico de cine, ni pretendo serlo. No tengo ambiciones monetarias ni profesionales ligadas a este arte. Es más, mi formación profesional así como mi actividad laboral son radicalmente opuestas a todo designio cinematográfico. El cine para mí representa una pasión, puede que una obsesión convulsa y manifiesta, alimentada desde mi más tierna infancia en aquellos tiempos en los que ir a una sala de cine representaba una quimera casi inalcanzable, o igualmente comprar la cinta de VHS del último pelotazo de Hollywood simbolizaba un acto de fetichismo enfermizo. Los años de experiencia me han enseñado que las películas menos ocultas son las que mayor éxito de visitas tienen en la web, si bien mi obsesión cinéfila me incita a escribir sobre obras no tan conocidas. ¿Tiene sentido por tanto escribir sobre una cinta que tendrá un fracaso de audiencia conocido? ¿No resulta pues una pérdida de tiempo gastar un par de horas de mi vida en redactar un comentario de una película que únicamente aspira mi fascinación así como la de cuatro gatos que no serán asiduos lectores de este sitio web?
He de decir que estas preguntas me han asaltado en más de una ocasión. La última en el momento en el que pensé escribir sobre The Scarlet Dove, una película de cine negro finlandés rodada a principios de los sesenta que tuve la enorme suerte de poder visualizar hace poco más de una semana. ¿A quién coño le interesará leer cualquier comentario sobre esta película? ¿Por qué siempre tengo que elegir películas que ni siquiera despiertan el mínimo de interés en una amplia mayoría de adoradores del cine? Creo que tardé un minuto en responder a esta cuestión. Y es que el cine no debe ser contemplado desde una perspectiva fatua ni exitosa. Si el cine únicamente pudiera sobrevivir en base a su derivada comercial pocos años le quedarían a este invento. Concibo el cine como un acto único, instintivo, febril, violento que debe ser explorado desde la más pura irracionalidad y el sentimiento. Y ese caos ideológico me incita a escribir sobre The Scarlet Dove, sin duda una de las películas más impactantes, sorprendentes y excitantes que he visto en mucho tiempo.
El cine negro es mi género cinematográfico favorito, por lo que el primer punto que me llamó la atención de la cinta fue su adscripción al noir europeo. Sin embargo, The Scarlet Dove siendo una cinta que parte de una premisa explotada hasta la extenuación en el noir clásico (una investigación llevada a cabo por un maduro protagonista masculino iniciada por las sospechas de infidelidad que despierta en su celosa mente su joven y atractiva mujer) y aderezada posteriormente con una subtrama de asesinato y persecución de un en principio falso culpable al más puro estilo Alfred Hitchcock, terminará extirpando los paradigmas más clásicos deformando su literatura gracias al bosquejo de una atmósfera inquietante y lisérgica que descansa en una puesta en escena barroca adornada con un tono de inspiración surrealista y onírico que marca claramente la diferencia con respecto a las producciones noir más aclamadas.
Así nos encontramos con un prestigioso médico cincuentón (Aitamaa) disfrutando de un merecido descanso vacacional junto a su joven y bella esposa y sus hijos en una casa sita en las orillas de una playa durante la temporada veraniega. La paz que proporciona la ausencia de obligaciones terminará súbitamente con la llegada de una misteriosa carta remitida a la esposa del doctor que el galeno sospecha ha sido remitida por el amante de su cónyuge. Haciendo creer a su esposa que va a dirigirse a la ciudad para encontrarse con unos compañeros, el celoso doctor aprovechará el engaño para perseguir a su pareja, descubriendo de este modo que la misma se ve en secreto con un joven patrón de barco. Totalmente derrotado y herido en su orgullo, Aitamaa topará en su deambular nocturno con una adolescente que lo invitará a una extraña fiesta y posteriormente a su casa con fines sexuales. Sin embargo el médico decidirá no cometer el mismo pecado que su mujer, abandonando el lugar con destino al punto donde dejó a su mujer en brazos de su amante. Pero algo sucede. Y es que el cuerpo de su esposa aparecerá inerte con una herida mortal de bala originada por un proyectil del mismo calibre del revólver propiedad del facultativo. ¿Habrá asesinado Aitamaa a su esposa en un lapsus mental que no logra evocar en su mente causado por los celos o tal como sospecha el veterano médico el homicidio ha sido ideado por el amante de su mujer en un maquiavélico plan para tenderle una trampa insalvable a ojos de la policía?
Partiendo de este argumento totalmente convencional y para nada novedoso, Matti Kassila logra trazar una cinta innovadora, vanguardista y asfixiante muy influenciada por las nuevas corrientes cinematográficas rompedoras surgidas en los años sesenta. Así, el cineasta finés eleva desde el primer instante la temperatura ambiente lanzando atrevidos guiños eróticos y fetichistas al fotografiar las piernas y pies desnudos de la femme fatale de la cinta en un primerísimo y sugerente plano que sirve para presentar al aburrido doctor Aitamaa, un hombre ajeno a pasiones soterradas que apenas muestra emoción al contemplar las insinuaciones sexuales de su esposa, ostentando en cambio mayor interés en dormir una reparadora siesta a pleno sol. Esta fogosidad inicial será cortada súbitamente en el momento en el que nace la sospecha en el protagonista, de modo que la atmósfera del film tornará a partir de la irrupción de este episodio en un tono enfermizo dotado de un jugoso juego de luces y sombras expresionistas que engarzan con un inspirado homenaje a la Nouvelle Vague en unos espléndidos planos urbanos en los que se siente la improvisación de los actores mientras entremezclan su estampa con unos sorprendidos viandantes cuyo naturalista caminar es captado con toda pureza por la poderosa cámara de Kassila.
La intriga y el suspense, perfectamente hilvanado por un cineasta que sabe lo que se trae entre manos, irá creciendo conforme la trama se va embrollando con la aparición del misterioso amante de la esposa de Aitamaa y del resto de inquietantes personajes que como espectros anhelantes de sangre aflorarán en pantalla para confundir la enfermiza mente del protagonista. Y es que la película exhibe una trama que claramente bebe del cosmos de las pesadillas febriles experimentadas por un moribundo infectado por el fantasma de los celos, reemplazando el tradicional tono realista de las películas noir de los cuarenta por un cosmos psicológico sombreado por un hábitat más propio del cine de terror de instintos surrealistas y oníricos, como una especie de obra primeriza de un David Lynch bajo los efectos de una droga opiácea. En este sentido, el realismo inicial mutará en una apuesta irreal y deforme que se percibe incluso en el ropaje que viste el supuesto villano del film, ese amante que oculta su rostro de miradas ajenas bajo el paraguas de unas amenazantes gafas de sol y un elegante sombrero, de modo que su pose adquirirá de esta forma un imaginario más cercano al villano del cine clásico que al de un fogoso amante atraído por mujeres de buen ver con ganas de liberarse de las cadenas del matrimonio. Igualmente la huida del marido traicionado de la zona del adulterio derrota hacia caminos alucinógenos y delirantes, hecho que beneficia a la cinta en su derivada emparentada con el cine de terror surrealista.
Si bien los últimos 5 minutos del film, en los que se trata de justificar el significado de una cinta cuyo mayor triunfo es su abandono de toda línea argumental conservadora, me resultan totalmente innecesarios —algo que también encuentro en el Psicosis de Hitckcock—, ello no empaña la solución de una película sorprendente y fascinante desde el minuto uno, que se destapa como todo un descubrimiento para cualquier fanático del noir más subterráneo y que pese a su pretensión transgresora conserva igualmente infinidad de guiños a los clásicos imprescindibles del género, siendo sin duda su principal referencia el cine expresionista y contundente desde el punto de vista psicológico de Fritz Lang o Robert Siodmark. Y es que no creo que me equivoque si me atrevo a afirmar que la película favorita de Matti Kassila era La mujer del cuadro.
Todo modo de amor al cine.