El ‹mondo zombie› ha tenido la capacidad durante décadas de sugerir temáticas políticas y sociales desde las que abordar la naturaleza de un género cuya expresión recoge mejor que nada —y paradójicamente (o no)— aquello que nos define como especie. Los atributos de un cine que ensalzó un cineasta capital para el mismo como George A. Romero, no parecían sin embargo comulgar con un gore lúdico como el que protagoniza The Sadness, ópera prima del canadiense —lejos de lo que indica la producción asiática del film— Rob Jabbaz; y es que, más allá del gore empleado por el autor de El día de los muertos, el realizador debutante huye del tono cruento de las imágenes del neoyorquino para instaurar un salvajismo que tiende a la hipérbole, y que hace del exceso una forma de definir su carácter; aquello que probablemente se podría advertir como un acto provocativo, obtiene bajo la óptica del género una apariencia de jugueteo en torno a la que comprender la virulencia de una situación que Jabbaz acierta al emparentar con lo vivido durante el último año y medio post-confinamiento, dibujando una circunstancia cuyo acierto es hacer de lo sexual y violento su foco central.
En ese sentido, The Sadness es tan directa y concisa como brutal. Jabbaz logra hacer de esa condición una virtud que podría fácilmente conducir a una inevitable deriva discursiva por lo obvio de la situación, emparentando temáticas que grandes autores de género ya habían amplificado a través de sus miras (véase, por ejemplo, Vinieron de dentro de…, del también canadiense David Cronenberg), alcanzando una tenacidad en la que el ejercicio dialéctico no engullía la descarnada naturaleza de sus imágenes. Es eso, aunque su esencia en el ámbito visual se antoje muy distinta, lo que consigue el debutante haciendo que el salvajismo imperante en sus estampas no se sienta en ningún momento un elemento capaz de banalizar un texto, si bien no tan poderoso como el de sus predecesoras, cuanto menos interesante y personal porque queda engarzado en una cinta cuyos atributos parecían alejados de tal disquisición. The Sadness emerge así como algo más que una mera y excesiva celebración gore que, además, controla de manera casi contradictoria —por el hecho de marcar una progresión descendente en tal aspecto— esa propiedad, otorgando espacio —por más que sea en torno a lugares comunes— a su lectura en clave social e incluso antropológica, arrojando conclusiones consabidas, pero no por ello menos eficaces dentro del marco dispuesto por Jabbaz.
Así, el despiadado vehículo articulado por el director, que podría devenir en otro de tantos hueros artificios que recorren el panorama a lo largo de la temporada, obtiene un carácter propio que, en efecto, no se manifiesta ni siquiera como una sorpresa o un título a tener en cuenta, pero teje un debut que narra con extrañeza y fuerza —más allá de su inclinación por las emociones fuertes y los aparatosos charcos de plasma—aquella idiosincrasia a la que nos han transportado ya tantos otros cineastas, sin necesidad de desprender una concluyente sensación de ‹déjà vu›. The Sadness, que pese a ello no evita caer en tópicos un tanto fatigosos —como ese personaje que persigue a la protagonista con un objetivo que evidencia algo más que un cauce argumental—, sabe al menos construir en torno a esas vicisitudes una propuesta cuyos propósitos resultan claros y concisos, dotando del barniz necesario a una expresión desacomplejada —que llega a incurrir en una gratuidad algo imprudente para el devenir del relato—, pero al mismo tiempo comprometida con los códigos que ha desarrollado habitualmente el género; y es que si bien Jabbaz se expone a marrar ciertas cualidades por esa estridente perversión que asoma de tanto en tanto, es la determinación de sus pasos la que hace de The Sadness un ejercicio capaz de conjuntar con tino esa sordidez emparentada fácilmente a nuestra condición como seres.
Larga vida a la nueva carne.