Desde que el cine tiene uso de razón, el terror ha sido uno de esos géneros más anexionados al fantástico y, por ende, a todo tipo de criaturas (desde Nosferatu hasta cualquier tipo de monstruo/animal no asociado a la tradición literaria), transformándose en contadas ocasiones en una visión más palpable de la realidad. Ti West, que ya sorprendiera a medio mundo con esa fabulosa La casa del diablo que le reportó no pocos elogios, retoma ahora esa vía tan comunmente infructuosa, y lo hace acogiéndose a una historia basada en hechos reales para llevarnos al horror más puro y tangible.
De este modo, el suicidio colectivo acontecido a finales de los 70 en Jonestown sirve de base para enarbolar una propuesta de «found footage» que toma como punto de partida el relato de un muchacho que irá a ver a su hermana a un campamento en el que asegura haber logrado felicidad máxima. A él, le seguirán dos compañeros de trabajo empleados de VICE con la intención de documentar lo que sucede en el campamento y saber qué ofrece exactamente su líder para que las personas que residen en él logren esa armonía. Obviamente, aquello resultará ser una trampa mortífera en la que ese líder esconde más de lo que aparenta.
Cámara al hombro a cargo de Joe Swanberg, y Ti West nos empieza a sumergir en ese lugar a través de declaraciones de sus habitantes e incluso una entrevista al adalid de todo ello. No sin antes advertir el peligro en una secuencia que sirve de anticipo, y es que Patrick y sus dos acompañantes serán recibidos por un extraño comité: los supuestos guardianes del campamento (con más pinta de mercenarios que otra cosa) rifle en mano para hacer de esa llegada algo ciertamente hostil y profético.
Con un trabajo realizado por Ti West que se acerca más al falso documental que a cualquier otra cosa en ese primer tramo, todo se enturbiará tras la conversación con el líder, y ambos protagonistas empezarán a percibir señales de su entorno que confirmarán las sospechas cuando un grupo de miembros de esa secta pida ayuda directamente a Jake y Sam. A partir de ahí el autor de The Innkeepers inicia la construcción de una atmósfera que en parte rompe las reglas del «found footage», pero empieza a dar forma a un film que hasta entonces, y pese a haber retratado tanto el lugar como sus habitantes, no había indagado en las entrañas de un horror suspendido en el ambiente.
Esa ruptura sirve como eje al cineasta para desentrañar algo mucho más perturbador que un simple vistazo al ojo del huracán, y es que ese tren de la bruja que algunos cineastas han sabido construir con tanto acierto en los últimos años (ahí están el [•REC] de Jaume Balagueró y Paco Plaza, y más recientemente determinados tramos del Expediente Warren: The Conjuring de James Wan) es reproducido por West con una pericia endiablada, siendo el de Delaware capaz de sumergir al espectador en un auténtico vendaval del cual resulta casi imposible salir ileso.
Para ello, no obstante, el cineasta rehuye una truculencia que muchos han achacado a The Sacrament y que en realidad no es tal, pues West se limita a sumirnos en un horror que a ratos se torna hiperbólico mediante secuencias que, lejos de diluir el tono del film, le confieren una tremenda efervescencia al saber reflejar precisamente una veracidad apoyada en el empleo del estilo formal escogido y en una planificación que sabe recoger el impacto de la situación. Impacto, por otro lado, no apoyado en recursos o golpes que gesten un efectismo innecesario.
Así, el cineasta acierta tanto en la forma y, aunque en ocasiones rompa las reglas de ese «found footage» al que se acoge, en las sendas tomadas, como en un equipo ya conocido que más allá de intérpretes habituales del cine independiente de terror como AJ Bowen, Joe Swanberg y Amy Seimetz, encuentra en la figura de un portentoso Gene Jones las raíces de ese mal que pocos podrían reflejar como el veterano actor: la gestualidad, esos ademanes que van más allá del orador fanático, el discurso a través del que establece su imagen y la brutal convicción con que lo afronta resultan clave para atisbar (hasta donde es posible) el germen de esa perversión.
Con sus defectos, que los tiene, podemos hablar de The Sacrament como uno de los mejores trabajos de Ti West junto a La casa del diablo, donde el cineasta lleva a su terreno esos hechos en los que se basa y logra una propuesta madura, en la que el talento visual que atesora se antepone a otros factores y termina generando un clímax simplemente brutal, capaz de arrastrar al espectador a una de las cintas más terroríficas y desasosegantes de los últimos tiempos, así como de sumirse en un horror palpable y real, que nos lleva a la recrudecida naturaleza de algo que aterra más que cualquier ser inexistente: la condición humana.
Larga vida a la nueva carne.