The Russian Woodpecker arranca de un modo desconcertante: Manifestaciones anti-gubernamentales se mezclan con la vida de un artista conceptual ucraniano mientras, de fondo, el drama de Chernobyl revoletea como una amenaza que, aunque ya pasada, proyecta ecos en el presente y en el futuro. Un enigma, una historia que no sabemos exactamente hacia donde nos dirigirá, pero que sin embargo arrastra como el canto incitador de las sirenas.
Lo que a continuación ofrece Chad Gracia no cesa en capacidad de sorpresa: Del aparente diario cotidiano (con sus traumas familiares y nacionales incluidos) del artista Fedor, con su presentación y recorrido por su obra, se evoluciona, casi sin solución de continuidad a algo parecido a una historia de espías de la guerra fría. Una historia que reverbera en el presente a través de la reconstrucción y la investigación en la que dicho artista se sumerge.
De facto estamos ante lo que podríamos llamar retrato de una obsesión. Por qué Fedor, se desnuda literalmente en su afán por descubrir una verdad dolorosa. Unos hechos que parecen haber abierto una herida personal en su ya complicada y frágil personalidad y que, a medida que avanzamos en la trama, devienen, siempre según su perspectiva, en trauma nacional no resuelto.
Los hechos se nos presentan siempre a través de sus ojos, mediante entrevistas, exploraciones y devaneos artísticos en pos de certificar su teoría. Sí, The Russian Woodpecker no rehuye en ningún momento su intencionalidad, ni reniega del filtro y el prisma de quién nos narra lo que está sucediendo. En este sentido catalogar el film como ideológicamente sesgado resulta un tanto pueril: desde luego que se transmite una fuerte carga política en un único sentido, pero también es cierto que siempre nos queda claro quién transmite eso, Fedor, siendo Chad Gracia el director del film un mero transmisor de dicho mensaje.
Pero ¿a qué se refiere exactamente el pájaro carpintero del título? Literalmente a la trama que podía haber hecho explotar intencionadamente Chernobyl a través de un radar que emitía una señal equivalente en sonido a dicho pájaro. Pero en el fondo bien podría estar refiriéndose al propio Fedor, con su afán obsesivo (casi paranoico) en su investigación de picotear sobe la madera del sistema, una y otra vez, hasta encontrar la (su) verdad.
Sí, en este documental hay cámaras ocultas, persecuciones, entrevistas incómodas y teorías de la conspiración que se ensamblan a modo de puzzle hasta conformar un fresco histórico cuya veracidad podría ser discutible en tanto solo hay una versión de los hechos, pero que sin lugar a dudas consigue captar nuestra atención al mostrarse lo suficientemente sólido y, porque no decirlo enigmático. Sin duda, el acercamiento a Fedor consigue ser tan naturalista, y a la vez distante en lo empático, que nos permite desarrollar sentimientos hacia él de forma natural, sin que se nos dicte si deberíamos sentir o no simpatía por él. Paranoico, frío, apasionado, loco. Sea como fuere queda lejos de ser un héroe o un mártir, solo un ser humano creyendo en una misión.
Valga como ejemplo el último tramo del film donde se nos presenta al artista arengando a las multitudes con sus teorías en una manifestación antigubernamental. Su cara entre apenada y fanática se contrasta ante la de un público que no sabe si apiadarse de él o creerle a pies juntillas. Es así como The Russian Woodpecker deviene no solo un documental sobre un país, una persona y sus circunstancias sino de cómo el fanatismo puede producir dolor personal y alertar de cómo puede desembocar en algo más grave, en la fanatización de una sociedad entera.