Para entrar en el universo marciano que propone en sus películas Tsai Ming-liang (uno de los autores más representativos de la llamada Nueva Ola del cine taiwanés junto a Hou Hsiao- Hsien y Edward Yang) es necesaria cierta predisposición. El taiwanés de origen malayo pone a prueba la paciencia del espectador con eternos planos secuencia alargados hasta la exasperación, unos encuadres distantes e inmóviles con una excelente geometría y unas perspectivas muy atrapantes, diálogos que brillan por su ausencia, y situaciones de lo más excéntricas. Los temas principales que acostumbra a tratar son la soledad, el vacío de la sociedad moderna, la incomunicación, la indiferencia y la carencia de emociones.
En The River un joven vaga sin rumbo fijo por las calles de Taipei y se encuentra casualmente con una antigua amiga que le invita al rodaje de una película. La directora del filme le propone hacer el papel de un muerto flotando en un río para sustituir a un maniquí en el papel de cadáver flotante. A partir de este baño en aguas no muy recomendables, nuestro protagonista empieza a sufrir unos dolores intensos en el cuello que le dejan maltrecho durante toda la narración. Le llevan al hospital e, incluso, recurren a un ritual religioso para intentar sanar el dolor. Su madre trabaja como ascensorista y tiene un amante que se encarga de la distribución de videos porno. El padre, jubilado, además de luchas infructuosas contra la filtración del agua en su casa, es aficionado a las saunas gays en sus ratos libres.
Los personajes de The River (como los de todas y cada una de las películas de Tsai) son individuos fantasmales y silenciosos cuyo sufrimiento y placer parecen ser básicamente las motivaciones que los empujan a reaccionar. El sexo se convierte en una necesidad dolorosa en la cual se mezcla el apetito sexual y la necesidad de sosegar el tormento existencial de estos alienados personajes. Tsai Ming-liang nos recalca la decadencia de la comunicación humana, la familia y las relaciones amorosas en las grandes ciudades mediante la ausencia de una narración definida que se recrea en los actos cotidianos, y la escasa presencia de diálogos. El arrojo de sus personajes se expresa en situaciones tan intrascendentes como levantarse, relacionarse y sobreponerse a un dolor de cervicales, a través de situaciones que se suelen obviar en el cine convencional: gente orinando, masturbándose y luchas surrealistas contra el agua que se filtra por las goteras.
La ausencia de números musicales le otorga un tono más serio y menos bizarro que en el resto de su filmografía. En The Hole y El Sabor de la Sandía (sus obras con más repercusión junto a ¿Qué hora es?) usaba esos momentos para mostrar el contraste del mundo real con los sueños y anhelos de sus atormentados personajes. The River es probablemente su obra más seria y oscura; la escena a oscuras en la sauna entre padre e hijo sin reconocerse es de las que dejan huella. Sin embargo, hay extraños momentos cómicos como las secuencias en las que el padre sujeta la cabeza de su hijo para que no se le tuerza mientras se dirigen en moto al hospital para tratar el dolor cervical de éste, o los artilugios que se fabrica el progenitor para combatir contra las goteras (otra de las habituales en el cine del taiwanés).
Hay que recodar que la cultura china considera el agua como símbolo de caos. En The River está presente en todo momento; no obstante, aparece lejos de ser un elemento idílico, siendo mostrado siempre como un generador de conflicto, desde el título que hace referencia a ese río contaminado, pasando por los problemas con las goteras debido a la persistente lluvia habitual de Taipei, o el sonido que provoca la orina en las numerosas escenas en las que hace aparición.
Tsai Ming-liang se nutre de un reducido grupo de actores con los que repite en cada película, con una capacidad especial para sacar lo mejor de ellos. Su alter ego en pantalla desde su debut es Lee Kang-sheng. Ambos se encontraron casualmente hace años en un local de videojuegos y el director se quedó fascinado por sus lentos movimientos que transmiten una gran sensación de realidad. Desde ese momento ha participado en todos sus films (la mayoría de ellos como protagonista principal). Su rostro inexpresivo y de triste mirada es el acompañante perfecto para el excéntrico, arriesgado y transgresor cine del autor taiwanés.
La influencia más clara que se percibe en el cine del taiwanés viene de la mano de Antonioni por el desarraigo de sus protagonistas frente a una sociedad apática y deshumanizada. Otra de sus inspiraciones es Bresson por su austeridad formal, su falta de juicios morales y sus fantasmagóricos personajes que deambulan en pantalla como si fuesen almas en pena. También se le suele comparar con Tarkovski por sus largas tomas, el ritmo pausado de la narración, y muy especialmente por la fascinación por el agua, aunque sea tratada con un enfoque completamente distinto. Más allá de estas meras coincidencias, su cine tiene un sello totalmente personal e incorruptible, que nunca se aparta de la inconfundible visión que tiene del mundo, logrando diferenciar cualquiera de sus películas con el trabajo de otro autor contemporáneo. Un autor a reivindicar.