Chloé Zhao nos presenta con The Rider, que pasó con éxito por Cannes y la SEMINCI, el día a día en el que Brady, una estrella del rodeo con talento especial para los caballos, se recupera después de haber sufrido una caída con la que se abrió el cráneo. Asistimos así a una presentación lenta y triste de un protagonista que, caído de culo en esa brecha que se abre cuando el paso de la vida dinámica a la pausa es demasiado rápido e inesperado, cura sus heridas y se mueve por el mundo como bien puede, cuidando de su hermana y mirando, seguro que con rabia, como sus amigos mediocres siguen dentro del juego. The Rider, así, permanece en un terreno de lo decadente que es representado desde el esteticismo y la calma y por el que deja vagar a su protagonista, dejando que sea el espectador quien vea reflejado en esa caída que se muestra un pasado heroico que permanece oculto.
The Rider se plantea, por lo tanto, como una película de espera y de trance que recorre los paisajes vastos de América para incrustar en ellos a su protagonista. Un retrato esencialmente naturalista marcado por una sensibilidad que Chloé Zhao mantiene de principio a fin, dejando que esos planos de atardecer metálico tan característicos lleven al espectador a un estado entre la vigilia y el sueño.
Ahora bien, esta voluntad de realismo, de dejar que las cosas pasen delante de la cámara sin darles bandazos, algo que encuentra toda su razón de ser en el hecho de que el actor interprete su propia vida, se ve truncado en el momento en el que Chloé Zhao tiene su pataleta moralista en un giro brusco estrictamente americano. Y es que, si el valor de The Rider puede decirse que reside en su manera de abordar con mesura y sin cebarse la lucha desde el agotamiento y el tedio, algo que se remarca de manera permanente en términos de «si mi vocación o mi razón de ser se corta, mi vida ya no tiene sentido y entonces es mejor morir», Chloé Zhao termina por darle la vuelta a todo esto para patinar en ese terreno tan manido y cursi del «persigue tus sueños hasta el final, aunque ya no puedas».
A pesar de todo, la presencia de The Rider aporta, por medio de la belleza de sus planos y de la parsimonia de su ritmo, esa dosis de confianza que tanto necesita el cine independiente americano. Un gesto puramente elegante, este de Chloé Zhao, que consigue representar con dignidad y fuerza la fragilidad de los cuerpos. Es la puesta en escena de secuencias como aquellas en las que Brady interactúa con su amigo parapléjico o en las que defiende a su hermana autista del acoso de los borrachos de bar rasgos de una mente clara que sabe lo que hace desde el gusto y el talento. Una mezcla de pesar, lucha y esperanza que es llevada de manera medida y calculada durante casi toda la película.