The Quiet Migration (Malene Choi)

En su segundo largometraje, la directora danesa Malene Choi vuelve a ahondar en la realidad de las personas migrantes por adopción, a través de la perspectiva de Carl, un joven que vive y trabaja con sus padres adoptivos en una granja. Como Carl, Malene nació en Corea del Sur y fue adoptada por una familia danesa desde niña, por lo que las sensaciones de las que habla se pueden considerar un reflejo de sus propias vivencias y de los conflictos emocionales relacionados con su situación. Hay, por tanto, una dimensión indudablemente personal en The Quiet Migration; que remite fundamentalmente a las experiencias de la propia directora.

En este sentido, lo que más llama la atención de la película es la caracterización de sus personajes. Carl y sus padres adoptivos, ya mayores, tienen una vida familiar plenamente normal y naturalizada a lo largo de mucho tiempo, sin que el fantasma de la condición de inmigrante adoptado de Carl aparezca en ningún momento. La historia no plantea de inicio a su protagonista como un “otro” que está inevitablemente fuera de la forma de ser y del estilo de vida de los que le rodean; sin embargo, esto no significa que no haya elementos que no le cuadren, puntos esporádicos frente a los que tiene una sensibilidad especial y, sobre todo, una respuesta social, a una escala más allá de su familia inmediata pero que también le va mellando en lo personal, de recelo, de mirarle todavía como un extraño, como alguien que ha venido de fuera en vez de alguien que forma parte de su sociedad. Una sensación que no termina de desvanecerse años y años después de su llegada y que la cinta ejemplifica en varias actitudes y bromas de mal gusto de familiares y conocidos que reflejan sus prejuicios.

Carl vive las sensaciones contradictorias de considerarse, a nivel emocional, parte de y atado a su país; y, al mismo tiempo, sentir que no encaja del todo en ese molde, porque sus orígenes todavía pesan en sus relaciones con los demás y en la imagen que proyecta. A lo largo de la película, comienza a adquirir una necesidad cada vez más fuerte de conectar con sus raíces, las cuales se le presentan en forma de figuras fantasmales, sueños y escenarios imaginados; todo ello mientras la rutina convenientemente lenta y tranquila del trabajo en la granja le proporciona una vía libre para perderse en sus pensamientos atormentados. Pese a que tiene un núcleo de personas que le quieren y pese al tiempo, Carl se encuentra una y otra vez con comentarios inapropiados, miradas más largas y más perplejas de la cuenta y una sensación de otredad en sus rasgos físicos, su fuero interno e incluso en su forma de ser.

Este retrato, complejo y no siempre en una expresión directa o inmediata, se logra a través de la construcción paciente y observadora del personaje y, en particular, de una muy meritoria y sutil interpretación del debutante Cornelius Won Riedel-Clausen, liderando un reparto igualmente eficaz a la hora de interpretar las sutilezas cotidianas de sus personajes. Asimismo, funciona de maravilla su ritmo lento, impregnado de la calma procedimental de las vidas que refleja y lleno de pausas en las que simplemente se recorre el paisaje o se observa la maquinaria agrícola en funcionamiento; a esto hay que añadir la forma de ser de sus personajes, sus conversaciones naturalmente breves y los silencios como parte de sus rutinas juntos, que no dudo que generan una atmósfera muy identificable para el público danés, pero que en mi caso tienen el atractivo de estar observando otro estilo de vida totalmente distinto en la naturalidad de las distancias cortas. No tengo la misma opinión de los recursos metafóricos, que me parecen muy obvios y machacones en una cinta que ya es lo suficientemente expresiva con los elementos que tiene apegados a la realidad; pero en cierto modo su existencia, como expresión personal de las inquietudes que quiere reflejar la directora, tiene una razón de ser artística que puedo entender, pese a no ser la parte que más me gusta de la propuesta.

Sin haberme convencido en todo lo que ofrece, pero sí resultándome muy satisfactoria en su enfoque, su visión personal y también, en cierto modo, en su idea de enseñar cómo es vivir en un país como Dinamarca desde una perspectiva tan complicada como la de un migrante adoptado, The Quiet Migration tiene un valor nada desdeñable en su exposición y confrontación de las aristas que todavía se perciben al respecto de la inmigración en una sociedad que sigue categorizando entre lo propio y lo de fuera, generando choques culturales que incluso alguien como Carl, plenamente naturalizado y habiendo convivido años y tal vez décadas con su familia de adopción, sufre en su día a día.

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