La casualidad ha querido que, hace unos días, después de descubrir la existencia de un documental sobre Kathleen Hanna, fuera al festival In-Edit de Barcelona a degustarlo con saña y llegar justo a tiempo a casa para conocer que es la ganadora del mencionado certamen en compañía de Triana pura y pura (Ricardo Pachón, 2013), que pudo visionarse en el Festival de Cine Europeo de Sevilla del año pasado.
El documental de Sini Anderson comienza de manera magistral, metiéndonos de lleno en el ambiente de finales de los ochenta y principio de los noventa, con el surgimiento del grupo musical Bikini Kill y ese movimiento conocido como Riot Grrrl. Con un montaje endiablado y un ritmo portentoso nos sumerge en esa pequeña revolución musical unida al feminismo que se destilaba en los ambientes ensordecedores de los garitos de mala muerte donde las chicas cantaban que no querían ser princesas entre temas de abusos sexuales, sexismo o suicidios, para desconcierto de mucha peña trasnochada.
En esos cuarenta primeros minutos reside toda la fuerza del documental y su mirada maravillosa del feminismo combativo, que entre otras cosas no rehuyó apropiarse de los términos peyorativos que se les arrojaba para cambiarle el significado antes que censurarla, así hicieron suya palabras como «slut» (guarra, puta) e hicieron de la música su campo de batalla, pues hasta entonces la escena punk era dominada por hombres, quedando para las chicas un pop que sólo era usado como el lugar donde las chicas buenas (las novias de América) podían resaltar.
Escuchar la música de Bikini Kill y las letras combativas de Kathleen Hanna es un gustazo y desde luego no han perdido vigencia. El documental nos muestra un rico archivo de conciertos y momentos importantes en la vida de la artista, salpicado por pequeñas entrevistas, comentarios sueltos más bien, de buena parte del movimiento punk y Riot Grrrl de la época, que no detiene el portentoso ritmo del documental, para luego acabar deteniendo la cámara en la artista ya en la actualidad, momento donde se pierde algo el ritmo, pero no el interés, con lo que queda un auténtico grito feminista y rebelde, que es la única manera de enfocar lo visionado.
Rabiosa, amarga, huyendo de las convenciones y etiquetas (harto complicado, ya se encargaron otros de conseguir que lo alternativo acabara siendo mayormente otra etiqueta comercial), se van explicando todos los procesos y momentos por los que paso los tres grupos de la cantante, Bikini Kill, Le Tigre y su nueva formación recién salida del horno, The Julie Ruin, que nos confirma el buen estado de forma anímico, que del físico ya se encarga de recordarnos el documental que no, con esa extraña enfermedad que sufrió Kathleen y la dejó fuera de los escenarios durante demasiado tiempo.
Uno sale animado del cine. Con ganas de brincar, saltar, escupir en la cara a alguien y deseando más letras chungas de aquella tía, una figura importante dentro del feminismo internacional, que fue acribillada y atacada por todas partes, sobre todo desde lo convencional y lo que se consideraba aceptable para una chica mona. Una tía que no se quedó anclada en los 90 y siguió evolucionando su música sin traicionarse, yendo en la mayoría de los casos por su cuenta y mandando a tomar por culo a todo dios, convirtiéndose por el camino en uno de los faros más reconocibles del movimiento feminista.
Una tía con dos pares de ovarios, vaya. Una tía de verdad y no una princesita disney de mierda.