The Pig se queda a un paso de ser la película de supervivencia perfecta. Un poco de estabilidad de imagen la hubiese convertido en la idealización del ‹loser› definitiva. Todos somos cerdos marginados y queremos que nos dejen en paz.
Pero la cámara no descansa, perseguimos en todo momento, de cerca y sin contemplaciones a Rumen, un niño que ha tenido la mala suerte de ser el objetivo de todo el mundo, aunque no haya hecho nada para ganárselo. Ahí está la anécdota (cruel) que corre por mi familia, con moraleja incluida, en la que un niño grande y fuerte pero respetuoso, aguantó las collejas de un crío impertinente hasta el día que se cansó, le empujó para que le dejaran en paz y el director del colegio le castigó a él. La justicia escolar tenía antes (y puede que también ahora) algo de eso: todos culpables se demuestre lo que se demuestre.
Vayan ustedes a saber por qué, The Pig está milimétricamente relacionada con esta (cruel) anécdota ochentera, teniendo en cuenta que este niño-cerdo es vilipendiado hasta extremos agonizantes. Con lo fácil que es dejar a los demás en paz… Dragomir Sholev intenta con esta película arrancarnos la náusea ante el silencio de un niño que está convencido de que si calla, todo acabará en algún momento. La angustia está relacionada con su sufrimiento, pero también con el modo de plasmar esta pornográfica exposición al maltrato, porque el director no nos permite alejarnos ni un segundo del protagonista, haciendo que la cámara se mimetice con sus apresurados y torpes movimientos, a veces siguiendo sus pasos, otras divisando la subjetividad de su mirada, siendo incapaces de olvidar el motivo que nos mantiene frente a la película. Esta vez, no vale apartar la vista del objetivo.
Esta fórmula es estresante y agotadora, cierto, pero también muy efectiva. Comenzamos con un resumen de lo que debe ser el día a día del acosado silente. Aguantar golpes y callar, anticipar la prudencia del ataque y siempre mantener el rictus de “aquí no ha pasado nada” cuando se acerca un adulto por imaginar las posibles consecuencias. Lo que parece un día que se resta en el calendario para que termine ese calvario, se convierte en The Pig en el inicio de una funesta aventura, donde la soledad parece la única salida plausible para la supervivencia, y la réplica de conductas cuasi animalistas un incentivo para seguir adelante.
El director embrolla lo males de este niño de un modo acumulativo, de modo que no solo la pesadez de su estilo de rodaje nos genera rechazo, también los excesos que habitan en pantalla intentan reverberar la indignación del espectador. Pero el exceso no siempre consigue aumentar la empatización. La presión, el miedo y los icónicos personajes con los que se cruza en esta huida de la culpabilidad impuesta ahogan, desgastan, generan ese zumbido sordo que quiere impedir racionalizar lo que sucede ante nuestros ojos.
Pig es una película exigente, con decisiones pomposas que amplifican el drama y la desesperación, en un intento de aprovechar ese filón de la desdicha que tanto abunda en el cine europeo, pero sigo sin tener claro si finalmente quiere que abracemos al protagonista o que nos metamos debajo de una mesa esperando a que vengan a por nosotros, pues su concepción del mal y el recurso de imitarlo parece más intimidatorio que asertivo. ¿Cuántos golpes recibidos te dan la razón a ojos de quien ignora la realidad? Biodramina® y a seguir con el viaje.