El terror siempre ha funcionado como receptáculo desde el que tratar esos miedos e inquietudes que nos atenazan, propiciando a través de sus constantes un espacio desde el que catalizar un, en ocasiones, duro proceso de confrontación ya no con la propia realidad, sino con uno mismo. En tal contexto, es la digresión de esa realidad aquello que propone un nuevo escenario y fuerza, por ende, la reacción de un estado cuya (en cierto modo) complacencia no nos permite ver más allá; ya sea por el mero hecho de poder convivir en la farsa como reflejo y epítome de nuestra sociedad, o por evitar un enfrentamiento que nos desplace de una existencia casi convertida en rutina.
Kourosh Ahari transita en su primera incursión en el género esos escenarios comunes desde los que explorar una de sus vetas más frecuentes, y partiendo de una premisa clásica, la del encierro confrontando la mirada de dos personajes, forja uno de esos films que funcionan precisamente gracias a los espacios, suscitando una inmersión en el horror sobrenatural más puro que encuentra en la atmósfera creada uno de sus vértices centrales. En ese sentido, la planificación y composición se sienten primordiales en la obra del cineasta iraní, que potencia a través de la cámara un terror cuya inclinación por lo ambiental queda desgranada gracias a su notable capacidad de sugestión, donde el ‹jump scare› desaparece por completo y los elementos sonoros son tratados con una propensión decididamente atmosférica. Una resolución que, si bien nos conduce por vías comunes, transforma The Night en una experiencia inmersiva de lo más estimulante, logrando en consecuencia que su elección resulte todo un acierto.
Quizá la construcción del relato no sea una de las prioridades del film, que aunque no descuida una trama que mayormente funciona mediante su insinuante aparato formal, sí se siente mucho menos dúctil en una faceta, la de la escritura, que se va debilitando a medida que descubre unas cartas que en realidad el espectador anticipa sin necesidad de que Ahari aclare aquello que tan bien había funcionado desde la sugestión desplegada a partir de una serie de elementos visuales de lo más sólidos. No por ello flaquea la narrativa de una propuesta que sí encuentra en su síntesis la herramienta idónea como para que The Night se termine resintiendo de unas carencias que ni mucho menos restan eficacia al conjunto.
La labor de Anhari tras las cámaras, se sobrepone de ese modo a un libreto que, sin resultar ineficaz ni perezoso, lastra sus posibilidades. No tanto en el traslado de una exposición que en manos de sus actores centrales (tanto un Shahab Hossein que estamos habituados a ver en el cine de Farhadi como Niousha Noor están perfectos en sus roles) obtiene la veracidad necesaria, sino más bien en los desvíos que toma ese relato que, por contra, en todo momento tiene claras sus intenciones y a dónde quiere llegar. The Night funciona en la exposición de un terror cuyos recursos son tan eficientes como al mismo tiempo inquietantes, probablemente aquello que no se le pide tan a menudo al cine de género contemporáneo, pero gracias al talento de cineastas como Ahari pervive para continuar creyendo en una consecución del mismo menos gratuita y, por ende, más terrorífica.
Larga vida a la nueva carne.