Pocos autores han sabido crear un universo tan reconocible y angustioso como David Cronenberg con sus continuas incursiones en las esferas de la ciencia, la tecnología, el cuerpo (y sus transformaciones) y la psique, analizando las tensiones que se establecen entre dichos elementos, así como la compleja definición de una identidad enfrentada a fuerzas de cambio que actúan tanto en un sentido físico como mental (en The Nest, el autor volverá a interrogarse sobre hasta qué punto es nuestro aquel cuerpo en el que vivimos). Estas metamorfosis, sean externas o internas, que experimentan los personajes de la mayoría de sus películas (a menudo sufridas como una agresión que abre, no obstante, nuevas puertas de percepción hacia la realidad y hacia uno mismo), ponen en evidencia tanto las preocupaciones éticas de su autor por la deriva de una sociedad cada día más tecnologizada y cambiante, como su interés casi entomológico por el propio ser humano, al que observa y analiza con frialdad clínica. La alusión al estudio de los insectos no es casual, ya que estos aparecen, de una forma directa o sugerida, en varios de sus filmes (La mosca, El almuerzo desnudo, Inseparables, Spider…). Que su nueva obra verse precisamente sobre una joven convencida de haber anidado una colonia de insectos en lo que debiera ser su pecho izquierdo resulta, pues, perfectamente coherente con el universo cronenbergiano, donde el cuerpo, sus mutaciones y la paranoia (o crisis traumática) que estas generan en el personaje constituyen un tema conocido para el autor de Videodrome.
Conservando una austeridad realmente perturbadora (estamos ante una toma fija de nueve minutos), que además es realzada por la sordidez del escenario elegido (una especie de garaje, lugar inapropiado para realizar una cirugía o tan sólo llevar a cabo una entrevista médica, tal es lo que acontece en el cortometraje), The Nest, no obstante, huye un poco del aliento levemente clásico que emanaban cintas como Una historia de violencia o Promesas del este y se sitúa, por el contrario, del lado de la verborreica y áspera Cosmopolis, al menos en un sentido: la extrema importancia que se da a la palabra, a la que se confía un poder evocador que el canadiense sabe explotar a base de sugerencias y ambigüedades. Bueno, miento: aquí tan importante es lo que se dice como quién y cómo lo dice. La interpretación de Evelyne Brochu es clave a la hora de transmitir con verosimilitud la angustia de una situación tan anómala, mientras la suave voz de Cronenberg (que interpreta al cirujano) pone la nota comprensiva y, a la postre, inquietante a todo el asunto. La ambivalencia que rodea al filme (¿estamos ante un relato fantástico o ante uno de terror psicológico? O, dicho de otro modo, ¿alienta la protagonista insectos en su pecho o en su imaginación?) lo hace especialmente estimulante, si bien la sequedad de su tono y la cualidad casi anecdótica de su historia le impiden alcanzar la estatura de otras muchas obras mayores de su autor.
The Nest, en cualquier caso, es una interesante nueva entrada en la filmografía de uno de los directores contemporáneos más íntegros y apasionantes de su generación, y una nueva exploración de los demonios del cuerpo y de la mente que, por tono y radicalidad autoral, nos remite ligeramente al Cronenberg gélido y experimental de sus primeros trabajos, también en clave de thiller médico y ci-fi cerebral, filosófica y terrorífica.