Chico conoce a chica. Ella es Liv, él es Malte. Los dos trabajan como profesores en un instituto de enseñanza secundaria. La pareja se va de viaje a Mallorca. En la isla pasean, se bañan en el mar, hacen el amor en la playa. Suenan canciones de verano hasta que vuelven a la casa de vacaciones para descansar. Pero tres jóvenes intrusos invaden su paraíso. Los insultan, los vejan, los torturan y violan a Liv. Todo es negro el año siguiente. Chico se encuentra con chica en el instituto. Liv es ella, él es Malte, siguen enamorados aunque, de momento, viven alerta.
Después de una introducción sensual, ligera, tal vez con una imagen de postal en la que conocemos a la pareja protagonista de treinteañeros alemanes que pasan sus vacaciones por España, el tono de (The Most Beautiful Couple) La pareja perfecta vira hacia un estado incómodo. Apenas conocemos a los personajes y la irrupción de tres veinteañeros que los amenazan, sobre todo el cabecilla del trío, dispuesto a humillarlos, herirlos o quizás asesinarlos.
El director —además de guionista— consigue un ambiente amenazador en el que se comprenden la reacciones de Malte, tratando de defender a Liv aunque sin heroicidades más cercanas a la ciencia ficción. Enfrente se sitúan dos jóvenes que actúan empujados como peleles por la arrogancia desafiante de Sascha, el mandamás de la pandilla. Esta situación progresa de manera inquietante, sin asideros ni apoyos que ayuden a una resolución feliz o al menos favorable para el matrimonio. A pesar de la fuerza de esta larga secuencia de tensión, la planificación no enfatiza la situación débil de los ultrajados y sus opresores más allá de algún barrido o la fragilidad de la cámara al hombro. Por el contrario Taddicken no abandona un formato panorámico en el que se suceden muchos planos medios y cercanos a los personajes, aparte de algunos breves planos generales. Toma partido por una visualización nítida, en colores cálidos y una luminosidad crepuscular que otorga familiaridad al entorno. Hasta que los cuerpos desnudos de la pareja se apoyan espalda con espalda indefensos, mientras lloran.
Tras un contundente fundido a negro que sugiere una elipsis temporal incierta, las escenas cambian a una gama cromática más fría, gris, metalizada, acorde con la capital berlinesa. Pero la química entre los personajes continúa intacta, tanto que no adivinamos si habrán pasado días, meses o años tras el ataque. El título aparece en pantalla y no sabemos si es una ironía, un lamento o una verdad el significado de esa «pareja más hermosa» que enuncia en su idioma original. El cineasta, inspirado narrador, nos dará la respuesta poco a poco.
La profundidad de campo total da paso a desenfoques de términos expresivos que focalizan la mirada en la psicología de Liv y Malte, ambos encarnados con maestría por Luise Heyer y Maximilian Brückner, con edades similares, una gestualidad trabajada por la profundidad, sentimientos y actitudes de los personajes que interpretan. Esa química mencionada con anterioridad es al que dota de credibilidad a la relación de los dos en una historia que plantea una tesis social pero que deja el discurso fuera para ofrecer cine puro.
La polémica se queda por suerte delante de nuestras narices, pero en la pantalla se desarrolla un guión impecable, con giros verosímiles desde un punto de vista del miedo, del daño sufrido, cercanos a la temática del thriller de venganza o de un duelo de western. Pero se impone un punto de vista fuera de territorios y formas estadounidenses, con la resolución sorprendente del encuentro entre el marido y el violador. O la persecución posterior, magistralmente rodada en distintas escalas de planos, contraplanos y un veloz desplazamiento lateral que los sigue a la carrera por la calle.
El uso de canciones diegéticas como el Karma Police de Radiohead que canta Jenny, la novia del agresor, en el karaoke que trabaja como camarera, un instante de reflexión, ternura y tristeza que conduce al clímax. O el ‹allegretto› de la Séptima Sinfonía de Beethoven, como fondo al encadenado de escenas que transcurren con Malte en el metro, toda una lección de cómo usar una composición melódica y clásica en contraposición a sus imágenes.
La evolución personal equilibrada, humana y veraz de los dos protagonistas eleva la conclusión de un film que despega cercano al suspense, pero se convierte en una de las mejores películas de amor recientes por sus vaivenes emocionales, su contención y, al contrario de lo que deja prever su argumento atormentado, una sensación de buen rollo final, por muy extraño que parezca.