En una sociedad heteronormativa desviarse del canon establecido sobre los estereotipos de género o la orientación sexual ha sido tratado históricamente y según épocas como perversiones —desviaciones humanas de lo natural predefinido por lo biológico o incluso por una entidad sobrenatural que ha regido los principios morales y destinos de civilizaciones enteras—, o directamente como enfermedades con una posible cura a través de las terapias de conversión. Una idea establecida en la década de los años veinte del siglo pasado, que aunque vista como una posibilidad remota se aceptó socialmente como una salida para todos aquellos que fueran identificados en su “anormalidad”.
Algunas películas han reflejado esta terrible realidad de individuos forzados por la presión social y como única salida para que se les permitiera seguir integrados en un sistema que les excluye. En Far From Heaven (Todd Haynes, 2002) el marido homosexual de la protagonista aceptaba someterse a tratamiento tras ser descubierto besando a otro hombre. En la más reciente I Am Michael (Justin Kelly. 2015) se aproximaba al asunto desde un punto de vista muy extendido entre nuestros días —asociado a la religión cristiana y el pecado—, en el que un activista de los derechos de los gays se convierte y rechaza su propia condición reprimido por unos principios dogmáticos que prometen la salvación y el encajar en un modelo de sociedad que rechaza la diversidad y otras formas de vida que no cumplan con el cometido de perpetuar la familia tradicional. En la satírica But I’m a Cheerleader (Jamie Babbit, 1999) la familia de una joven de 17 años realizaba una intervención al sospechar de su lesbianismo y la enviaban a un campamento con un programa de curación en cinco pasos que permitía criticar y subvertir los roles de género.
Estas referencias no son precisamente arbitrarias para hablar de The Miseducation of Cameron Post, la segunda película de Desiree Akhavan. Con ellas comparte temática y hasta elementos argumentales y discursivos. Su protagonista es una adolescente que en el baile de graduación del instituto es descubierta manteniendo relaciones sexuales con otra chica. Por ello es obligada por su tía a ingresar en un campamento religioso para recibir la ayuda que supuestamente necesita y así abandonar esos comportamientos tan indeseables. Basada en la novela homónima de Emily M. Danforth, el esfuerzo de ambientación por parte de la directora a partir de referencias culturales es notable, principalmente musicales y cinematográficas. El foco narrativo se pone en las dinámicas del grupo de jóvenes que convive en esa institución y el conflicto que se crea entre su propia naturaleza y el intento de acomodar unos valores impuestos por los adultos que les asisten, que entran en directa contradicción con sus impulsos y deseos intuitivos. Akhavan estructura su film alrededor de las relaciones y los vínculos que se crean entre las víctimas del odio y la aversión de los responsables del centro a sus orientaciones sexuales. También está muy presente una mirada más allá de las máscaras sociales y culturales que se construyen a partir de jerarquías éticas caprichosas e incompatibles con la realidad humana.
Es precisamente en esto último en lo que destaca la propuesta narrativa de la película. Un constante enfrentamiento que se expresa a partir del abuso y la tortura psicológicas camufladas con buenas intenciones y sonrisas para que los “pacientes” rechacen su propio ser. Las consecuencias mentales y materiales se exhiben sin ningún tipo de compromiso ni condescendencia con su tratamiento formal. Aunque lo emocional sea su principal interés, no deja de estar apoyado por un conciso pero certero desarrollo psicológico por mínima que sea la presencia de cada personaje. El artificio, la falsedad y la hipocresía se denuncian a través de cada interacción, de cada charla común, de cada discusión por la discordancia con la situación de dimensiones kafkianas en la que se encuentran.
El sentido del humor tan peculiar y sarcástico ayuda tanto a la protagonista y sus compañeros como al propio espectador a soportar la gravedad de un relato que no elude lo trágico como parte de la experiencia vital. Si bien es cierto que se nota cierto acomodo en la adaptación literaria del material de partida del estilo de la directora —y quizá también en los procesos de producción más estandarizados de la industria indie—. Esto parece haber afectado a una narración mucho más convencional y menos incisiva que su anterior cinta, Appropriate Behavior (2014), y en su forma de abordar los diálogos y el tratamiento cómico de las secuencias. Algo especialmente perceptible en el montaje y la sobreexposición del mensaje implícito de la película, subrayado de forma innecesaria y redundante en todo momento, a pesar de que su final albergue una ambigüedad propia de la brillante ironía dramática con la que resuelve la historia. El optimismo presente en la búsqueda de la libertad y la identidad se ve cercenado por el desafío a unas circunstancias imposibles de transformar como individuos.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.