Aliadas feministas, aquí un militante.
Ya que asimilo nuestra próxima parada en Sitges, puedo recordar la primera vez que escuché hablar del cine de LaBruce, sin que nadie tuviera en cuenta su intención estilística. Era el tipo que trajo una peli porno gay de zombies. Sin más. Fue la edición de 2010, y aunque nos seguimos cruzando los mismos por las calles del festival, no somos tan fácilmente impresionables (de eso presumimos al menos), como para sorprendernos por una nueva entrega de un provocador (con sentido) por excelencia.
Aquí nos encontramos de nuevo a Bruce LaBruce, el inconfundible artista de la revolución sexual, al menos siempre dispuesto a rodar en contra de las pautas masculinas, egocéntricas y unidireccionales del cine convencional (o del porno, que sigue las mismas directrices con menor compromiso con la pluralidad de sus participantes).
Sí, estamos ante The Misandrists, donde LaBruce se agencia una musa, Susanne Sachβe (por aquello de recuperar el terrorismo de medio pelo de The Raspberry Reich), la embute en un anacrónico hábito de monja y dos toneladas de maquillaje y monta la anarquía feminista más militante e intransigente que su mente pudo crear. Que comience la lucha.
Por unos pocos minutos una piensa que está ante la versión B de La seducción de Coppola, que a su vez versiona El seductor de Don Siegel. Dos cándidas jóvenes tontean en el campo hasta que ante sus pies, cae un soldado herido, que deciden esconder en contra de las normas en ese lugar donde viven alejadas de todo hombre —no conocemos el nivel de compromiso—. Sus ropas y modales nos alejan del ideal de convento, pero sí, algo místico flota en su inocente actitud.
Nada más opuesto a la realidad que nos espera.
Todo esto simplemente forma parte de una subtrama en una colección de situaciones con mujeres, abiertas a la autoexploración en un entorno concienciador y aleccionador sobre lo que es la mujer, sin necesidad de la coexistencia con quien no comparte su estructura (físicamente) interna.
La militancia femenina llevada al extremo, como un absurdo cliché donde solo tiene cabida la misandria, es decir, misoginia pero no, es decir, Bruce LaBruce mofándose de nuevo de los extremos, lo que gloriosamente algún tarado aprovecharía para poder decir: «¿ves como existen las feminazis?».
Porque extremos hay muchos y aquí nos encontramos el de lesbianas autosuficientes e incapaces de compartir espacio con penes, que se preparan para la lucha armada. Encerramos así la trama. En este espacio encontramos clases con una fuerte carga dialéctica que pierde las palabras en nuestra sordera para ver tontear a las jóvenes. Personajes que a su vez conocemos unitariamente, por un pasado que se narra en voz en off mientras hay un plano fijo de sus caras, al modo ficha policial, por aquello de la revolución. Realmente el director se concentra en los estilos y los espacios, hay una búsqueda de impacto visual, de conquistar la instantánea vestida con un entorno muy significativo, no es casual que la cara de Emma Goldman presida una cama rodeada de cirios rosa con forma de cuerpos femeninos desnudos.
En definitiva, una asociación teatralizada que maneja las formas con tanta intención como su mensaje, donde el erotismo (que por supuesto existe, que estamos en casa de LaBruce) es pasteloso, desenfocado y pornográfico (solo por y para la causa) y donde el tiempo solo se compromete a desmontar las fobias de este grupo.
The Misandrists está llena de pequeñas sorpresas que rompen el ciclo, y aunque en su mayoría tienen carácter sexual (incluida una escena por la que vi sufrir a mi compañero como si fuera él el pellejo comprometido), destacaría ese cruce que se marca LaBruce con un extracto de Ulrike’s Brain (van en pack), que tan bien relaciona él mismo con las intenciones igualitarias de ese cerebro en una jerarquía tan desigual como la que vivimos.
Sin entrar en provocaciones, The Misandrists es libre de mezclar mensajes y sentidos para rubricar una sátira con los elementos que mejor conoce su director. Al menos a mí me divierte la forma en que erradica a los aliados feministas (masculinos) tanto como su alegre y complaciente final. Aunque divertirse está feo.
Ser misándrica debe ser muy cansado. Odiar, así, en general.