Paul Thomas Anderson se presenta como el talento cinematográfico más importante de su generación. Este director autodidacta, que aprendió el oficio leyendo libros sobre técnica y viendo películas, siente un amor absoluto sobre sus proyectos y realiza sus trabajos con auténtica devoción y pasión, con un amplio conocimiento de los fundamentos del cine. El director angelino ha demostrado con creces que se puede transgredir el cine de los grandes estudios sacando partido de los amplios medios que sólo la industria hollywoodiense puede administrar. The Master es, hasta la fecha, el proyecto más ambicioso de Anderson, con un guión realmente complejo, y un argumento que gira en torno al poder y la necesidad de la fe, independientemente del dogma que la contenga.
La cinta arranca con Freddie, destilador de licor casero, mujeriego y alcohólico, que es expuesto como un alma errante en constante huida, necesitado de un guía que le marque el camino a seguir en su intento de reintegración en la sociedad después participar en la Segunda Guerra Mundial. Un ser que sufre de trastorno de estrés post-traumático, y una tendencia desmesurada hacia arrebatos de violencia. Una noche, después de una borrachera antológica irá a parar a un crucero de lujo comandado por Dodd, el líder de un grupo conocido como «La Causa», que se describe a sí mismo como «un escritor, un médico, un físico nuclear y un filósofo teórico». Un personaje que se vuelve popular en los años cincuenta gracias a discutibles métodos para salvar a las almas perdidas, entre ellos la hipnosis y la regresión. Este iluminado ser cree en la transfiguración de las almas y en los viajes en el tiempo como medida para solucionar los problemas del presente. Da la sensación que su filosofía no es más que un sistema rápido para conseguir dinero, aunque sus seguidores le toman muy en serio. Su alcohólico nuevo súbdito está dispuesto a hacer lo que le proponga Dodd y realiza voluntariamente todos los extraños ritos a los que es sometido, aunque sus motivaciones no están nada claras. Pero a medida que la fe comienza a ganar fervientes seguidores, el encorvado Freddie empezará a cuestionar el sistema de creencias que ha adoptado, así como a su propio instructor.
Durante la primera media hora de la película observamos a Freddie en los años antes de encontrarse con Dodd, narrada de forma magistral; tan absorbente y tan peculiar como la introducción de Pozos de Ambición, su anterior trabajo donde la religión y el capitalismo fueron diseccionados, con el que comparte varias similitudes tratadas desde un diferente punto de vista, que está casi a la altura de una de las mejores introducciones en la historia del cine, la de su “Altmaniana” Magnolia. El cine de Paul Thomas siempre ha incidido en analizar el comportamiento humano irreverente, acompañado siempre de unos personajes a los que trata con una mezcla de análisis certero y empatía, no exenta de burla, caracterizados por tomar casi siempre la peor y la más absurda de las soluciones.
Queda claro que el film de Anderson no es una ‹biopic› al uso de L. Ron Hubbard, el creador de la Iglesia de la Cienciología, pero también es evidente que el personaje de Lancaster Dodd tiene una notoria relación con el fundador de la dudosa y conocida secta, que acoge entre otros a Tom Cruise y John Travolta. Sin embargo, pese a disparar sus balas contra estas actividades, Anderson no se centra por completo en cuestionar la necesidad de líderes o incluso creencias. En ningún momento quedan claras las intenciones de Dodd respecto a si realmente él mismo se cree lo que está diciendo. Por el contrario, tiene más interés en exponer el daño emocional que provocamos para calmar la soledad, que se presenta como un tema mucho más trascendente que la exposición en sí de los males de estos cultos.
Cine en estado puro, The Master es un tortuoso, oscuro, retorcido, e irreverente retrato de la América de posguerra, que indaga sobre la naturaleza de la relación entre un maestro y su discípulo (diseccionados bajo un esterilizado desapego emocional), condenados a encontrarse y a intentar entenderse. Una relación basada en la necesidad mutua. Si hay algo en lo que destaca por encima de todo The Master es en la ambigüedad y confusión con la que se nos presentan los hechos. El director de la portentosa Boogie Nights nos brinda una historia desconcertante, claramente pensada para que cada uno saque sus propias conclusiones, sugiriendo sin apenas dictar sentencias, simplemente nos introduce en ese mundo y deja que sus personajes hablen por sí mismos; y no ofrece respuestas claras o directrices para interpretar lo que nos expone. El autor no tiene ningún interés en cautivar masivamente a la audiencia, y casi se diría que transita deliberadamente en dirección contraria al espectador menos exigente, de un modo nada complaciente. La película, (especialmente su segunda mitad) es un jeroglífico de difícil resolución, con enormes saltos en el tiempo y lugar que descolocan notablemente. Unos Flashbacks que no nos dejan saber a ciencia cierta en ese momento si son recuerdos o es la propia imaginación del personaje en cuestión, expuestos de un modo tan refinado como chocante, cuyo sentido sólo entenderemos en la parte final.
La capacidad que tiene Anderson para sacar lo mejor de los actores es otra de sus grandes bazas como autor. Aquí escribió y elaboró el personaje de Freddie teniendo en mente a Joaquin Phoenix desde el principio, que protagoniza un ejercicio de dolorosa introspección en el que no necesita más de dos palabras para que nos hagamos una idea de lo ido que está su personaje; con un aspecto físico demacrado y el cuerpo encorvado al más puro estilo de Torgo de la infame Manos: The Hands of Fate. Su inmersión total y absoluta en el papel consigue hacernos sentir el dolor dentro de Freddie, en su mejor actuación hasta la fecha, que recuerda a los papeles más inspirados de Robert De Niro con Martin Scorsese en los años 70. La actuación de Phoenix se contrapone a la serenidad y al sentido del humor que le otorga el siempre inspirado Philip Seymour Hoffman (actor habitual en el cine de Anderson, que por fin consigue más protagonismo en una obra del angelino) a su personaje, consiguiendo eludir el tópico del charlatán que suelen mostrar estos individuos. La guinda actoral la ponen Amy Adams y Laura Dern, que también brillan con gran intensidad, aunque sus papeles tengan mucha menos relevancia.
Respecto a la filmografía anterior de PT, The Master se percibe conscientemente más cerebral, otorgando menos importancia a lo emocional, aspecto en el que más destacaba en sus obras corales. La cámara abandona su apariencia visual exuberante habitual para centrarse absolutamente en el rostro de sus 2 protagonistas, y plantea una historia en la que predomina una exquisitez estética y narrativa apoyada en la magnífica fotografía de Mihai Malăimare Jr. El director angelino sólo mueve la cámara cuando es absolutamente necesario, con gran abundancia de planos cenitales, de tonos cálidos, con una minuciosa ambientación, y un uso de técnicas formales de encuadre e iluminación que se percibe muy natural para detallar la psicología de los personajes, y le dan un sentido diferente y muy atractivo a la realidad que enfoca, con un marcado aire estético al cine clásico en Technicolor de los años 50 que hará las delicias visuales de los amantes de ese tipo de cine.
La banda sonora de Jonny Greenwood sigue las pautas vanguardistas de la partitura de Pozos de Ambición, la sugerente primera colaboración del miembro de Radiohead con Anderson, acompañando a las imágenes de un modo aparentemente contradictorio y disonante, pero que consigue otorgar mayor fuerza a las fuertes emociones que se muestran en pantalla, ayudando a generar más sensación de extrañeza, si cabe.
The Master acumula gran cantidad de temáticas colocadas dentro de la trama sin un propósito aparente a simple vista. Todo ello provoca la necesidad de volver a visitarla de nuevo cuando sea posible y tratar de descubrir todos los fascinantes recovecos oscuros de la película, que los hay en grandes cantidades.