No es el thriller uno esos géneros ligados por antonomasia a la cinematografía de un país, Rusia, que siempre ha buscado transmitir (o, por lo menos, exportado) una imagen más autoral de su cine. No obstante, en los últimos años ha demostrado poder abordar ese terreno con la suficiencia para que el espectador no se vea obligado a echar la vista atrás para pensar cual es el rumbo de un cine que por lo general ha ofrecido tanto grandes cineastas como resultados. Así, nombres como los del recientemente fallecido Aleksey Balabanov o títulos (de vis más dramática, pero que no dejaban de recurrir a un cierta base genérica para establecerse como tal) que en últimamente han dejado tan buenas sensaciones como How I Ended This Summer o A Long And Happy Life, han ido moldeando las estructuras de ese tipo de cine sabiendo crear mixturas con una acertada capa social y, en especial, moverse en un espacio donde no resulta precisamente fácil salir airoso.
The Major se podría decir que es fruto de esas incursiones, y que en cierto modo sigue los pasos marcados con anterioridad para fijar su punto de mira en un ejercicio de género de certera vertiente social.
Bykov vertebra su film a través de una primera secuencia que ya desvela cierta inclinación por la creación de atmósferas mediante situaciones concretas, y en la que además sorprende el pulso del cineasta ruso, que se encarga de desgranar en una introducción atípica pero muy inteligente algunas de las claves de su segundo trabajo en el terreno del largometraje. Lo que sorprende de estos primeros minutos, no obstante, va más allá de lo que The Major desee aportar al panorama o termine aportando, y es que en ellos se percibe una tenacidad en la realización que posibilita sobrevolar a la propuesta cotas más altas de lo imaginable en un principio. El modo en como Bykov es capaz de introducir la acción y la amalgama de temas que a partir de ese momento se darán cita en la obra es digno de elogio, en especial teniendo en cuenta que no verbaliza su discurso, más bien lo da a entender a través de lo que acontece en pantalla y, sobre todo, de cómo acontece.
A esa secuencia inicial le seguirán los mejores momentos del film, en los que el ruso antepone un tan particular como bizarro retrato a las constantes de un género que apenas se desarrolla en ese tramo. Bykov focaliza sus esfuerzos en la descripción de los personajes centrales que, por si fuera poco, son dispuestos en un marco inmejorable: la comisaría de policía es dibujada como una suerte de circo sin necesidad de recurrir a grandes escenificaciones o detalles que más bien tornarían un relato más bien crudo en uno de tintes amarillistas, y ello sirve para continuar dando forma a sus protagonistas, logrando incluso que el espectador no ponga en duda unos arcos dramáticos que, en evolución o no, bien podrían terminar enterrando las posibilidades de The Major.
Bykov aprovecha estos instantes para otorgar continuidad a esa línea en el terreno del thriller que parecía marcada desde un buen principio en el film, y de la que ya no se despegará desde ese momento aprovechando precisamente la mentada evolución de unos personajes nada esquemáticos que, paradójicamente, marcarán el transcurso de una cinta que a partir de ese punto virará en una dirección distinta a la de la construcción de sus personajes. No es que, por ello, The Major termine deviniendo un film rutinario ni mucho menos, pero sí queda marcado por ciertos esquemas reproducidos vez tras otra en el thriller a los que, por curioso que parezca, llega debido a esa huida en la simplificación de personajes. En otras palabras, el trazo con el que los había perfilado acaba por volverse en su contra y llevar la cinta a terrenos manidos, que desprenden cierta sensación de «déjà vu», pero por suerte no disuelven el efecto de un film que termina encontrando en las decisiones tomadas por sus protagonistas el camino adecuado, incluso incómodo si se quiere.
No es que se pueda hablar de The Major como uno de los mejores trabajos llegados desde Rusia en el ámbito del thriller en los últimos tiempos —en especial si tenemos en cuenta aportaciones como las de Popogrebsky—, pero sí desde luego como una muy interesante película que encuentra en la magnífica dirección de Bykov una de sus principales virtudes, y que ni cuando entra en terreno pantanoso logra que el espectador se despegue de sus afiladas reflexiones, motivo de más para tener en cuenta títulos como el que nos ocupa, y otorgarles la importancia que realmente merecen, más allá de si su conjunto funciona a la perfección durante todo el metraje o no.
Larga vida a la nueva carne.