Si en vez de una persona que no soportas, escondes a la persona amada. Si en vez de un corazón palpitante bajo el agrietado suelo de madera, es la maleta la que te habla… tu vida no se basa en El corazón delator de Edgar Allan Poe, pero es posible que te encuentres en la misma situación que el protagonista de The Luggage.
Tsai Yi-fen vive de las transiciones. Su pequeña obra The Luggage utiliza el escondrijo metafórico y físico de la culpa como pasaporte directo a la locura de su protagonista. Un hombre ya de por sí errático y ahogado en una montaña de problemas descuida su bien más valioso unos segundos y desata una tempestad de conflictos personales que se entroncan con el drama de una persona frente a la ignorancia del resto de la sociedad.
En el mediometraje nos pegamos a su protagonista, que a su vez, cuando ya se nos ha presentado el conflicto, se aferra a una maleta que el propio relato personifica como la figura de la hija pequeña de este hombre. Así, The Luggage funciona como un embudo, donde se van comprimiendo los problemas de este padre mientras su físico y su mente se van desgastando de un modo totalmente ajeno a la vida del resto del universo, que prescinde de esta persona, alimentando así su obsesión y locura.
Narrado con suspense y dramatismo, vemos al protagonista consumiéndose en distintos escenarios en los que la oscuridad se ceba sobre su amargura, porque, pese a cambiar constantemente de escondite, todos tienen ese aspecto lúgubre de habitación que parte de lo esencial para ir convirtiéndose en una especie de sarcófago con todo lo necesario para subsistir, que no vivir, espacios donde solo pueden crecer sus problemas. El director no pierde la oportunidad de abrazarse a unos cuantos giros rebuscados que nos llevan a ese punto crítico donde hablarnos de la muy pequeña huella que deja demasiado a menudo el individuo frente al colectivo de la sociedad, donde el hecho más atroz puede quedar ninguneado por el olvido de la muchedumbre.
Obvio pero atrapante, The Luggage destruye la mente de un padre en favor de un espectáculo que se encuentra entre lo sobrenatural y lo dramático (mucho, excesivamente dramático, rallando lo anecdótico en ocasiones), con ese aire ahogado de personaje histriónico y desesperado que insufla a esta pieza. Un drama con reflejos de mente enajenada que intenta sorprender con sus juegos argumentales, y que, sin grandes sorpresas, sabe llevarnos hasta ese momento en el que (esta vez dentro de una maleta) la culpa se adueña de los secretos más escabrosos del hombre.