Cuando conoces una condición diferenciadora en una persona, la reduces a ese único aspecto, anulando cualquier otro rasgo o todos ellos en conjunto, anulando la opción de una personalidad. Es algo que resalta en un momento de The Lost King Philippa Langley, al menos una versión de ella, interpretada por una siempre intrépida Sally Hawkins, que sabe arrimarse a sus personajes hasta convertirlos en algo propio. Dentro de esta idea reivindicativa que aparece en una conversación entre dos personas en la que impera tristeza más que un reproche un impulso que mueve en todo momento la trama de la película, en la que nuevamente Stephen Frears se aferra a un hecho real para buscar heroínas mundanas, personas capaces de seguir adelante a pesar de las trabas ante un objetivo claro.
En esta ocasión Edimburgo es testigo del tesón con el que se mueve Philippa. Es mujer, es madre y tiene una carrera profesional, pero también esa condición con la que el mundo en el que vivimos, donde las generalidades nunca dan espacio a lo singular, llega a minimizar su valía. Frears aprovecha los aspectos cotidianos en el arranque del film para definir a la perfección las barreras que encuentra diariamente la protagonista, su entorno, y una obligación que se convierte en el epicentro de su desarrollo. Una obra de teatro, el siempre idolatrado Shakespeare y un personaje histórico valorado únicamente por las palabras del dramaturgo son el punto de partida de un pasatiempos convertido en hazaña de incalculable valor que está por acontecer.
Frears se vale de la duplicación de la protagonista a través de la figura de un Ricardo III creado en la mente de ella, que transforma el soliloquio teatral (que tanto gustaba a Shakespeare) en una imagen real que solo nosotros (y Philippa) podemos ver. A modo de reclamo visual se van instaurando dos necesidades palpables: dar valor al personaje histórico despreciado hasta el momento —es el jorobado, la condición que se destaca, y por tanto es válido pensar en él como el rey usurpador, el asesino— y a través de ello dar valor a la mujer que se ha propuesto otorgarle su espacio en la Familia Real de nuevo. Sí, destacando lo de mujer porque el propio director se muestra muy interesado en esa parte en la que una persona interesada en un campo que no domina encuentra quien es capaz de menospreciar esa labor por el hecho de ser mujer, de tener presentimientos, de mostrar debilidades y por tanto, ningunear su trabajo. Es cierto que en conjunto, más que dar una imagen liberadora o reivindicativa lo que consigue es endulzar en exceso una lucha, pero para Frears parece importante encontrar la capa, la corona y la espada para sus personajes femeninos, hasta que sus veleidades las alzan en pedestales para que las idolatremos sin poder juzgar su forma de actuar. Así, una mujer capaz de emprender su propia búsqueda y conseguir tras ver muchas puertas cerradas en sus narices y con otras tantas decepciones a sus espaldas llevar adelante un proyecto que la empuja a salir adelante se convierte en una especie de Diosa que avanza contra viento y marea con el radar del corazón, junto al amor de su familia —o cómo explotar el tirón de Steve Coogan en Philomena— y otras naderías similares en busca de su Rey imaginario. Muy bucólico pero un tanto manido.
Aún así, The Lost King sabe construir un enfoque en el que Edimburgo se viste de contrastes. Mientras vemos interactuar a Philippa con ese Ricardo III que reclama silenciosamente un lugar en el mundo (el ahora y el pasado), en la película se replica esta convivencia con el paisaje en todo momento, con imágenes que contrastan edificios antiguos con metálicos puentes, la digitalización de mapas antiguos, o ese parking que esconde las alegrías y penas definitivas de los protagonistas. Siendo una película inspirada en hechos reales, se permite incluso utilizar imágenes de archivo para promover ese punto exacto en el que lo verídico conecta con esta romantización de lo ocurrido, porque, aunque la película parezca avanzar vertiginosamente hacia un resultado, existe un arduo trabajo para que alguien a quien le nació un interés irreparable sobre un tema consiguiera cambiar los libros de historia que se habían rellenado con versos teatrales hasta el momento.
The Lost King sí sabe exprimir dos temas que parecen fascinar a Frears, el no menospreciar la buena voluntad de las personas y la relectura de algunos personajes clave en la historia de Reino Unido. Ya solo queda conectar con estas filias para que la experiencia valga la pena. Si no es así, porque el dulce, aunque con excentricidades, puede empalagar, siempre nos quedará una impecable actuación por parte de Sally Hawkins.