La mejor película de ficción que se proyectó en la edición de Documenta Madrid 2018, sin lugar a dudas, fue la cinta de Feargal Ward. No consiste en una ironía. Es fácil explicarlo porque —dentro del género documental— cumple también todos sus códigos al apoyarse en unos hechos reales sucedidos al protagonista. Los testimonios directos de Thomas a cámara, mediante un diálogo constante con el director; el seguimiento cotidiano de las labores, comportamientos y el modo de vida del granjero; además de alguna recreación con base documentada en el proceso judicial padecido por este hombre, sumadas a las imágenes de archivo de algún informativo emitido por televisión. Todos estos elementos forman una película que se alinea con el calificativo del ‹cine de lo real›.
Por fortuna no es una formulación acartonada del modelo de docudrama masivo que tanto se ha usado —y aún mantienen— los reporteros en televisión. En efecto sí se aprecia un pacto previo entre Thomas Reid y el cineasta para poder grabarlo en su entorno, con sinceridad y sin complejos desde la primera vez que la cámara, junto al público, entra a su casa. La primera percepción al observar montones de periódicos, revistas y correspondencia que se apilan en el salón que habita. Después de calentar con un infiernillo de gas unos filetes de pescado, el protagonista habla mirando al objetivo, con Feargal como su interlocutor, más los espectadores como testigos. Entonces ya nos sitúa en antecedentes, exponiendo cómo ha sufrido presiones burocráticas, económicas y un rechazo social de sus vecinos, por la determinación de no vender su finca familiar para que pudiera instalarse la multinacional Intel en esa zona, un emplazamiento estratégico cercano al aeropuerto, rodeado de carreteras que facilitan el acceso. El conflicto se reafirma en la negativa pacífica que esgrimía el granjero, por la cantidad de años que llevan esas tierras como granja familiar, por ser un paisaje que necesita protección medioambiental, ya que en la ciudad cercana el proceso de industrialización transformó en los años ochenta el entorno. Pero quizás sea la prepotencia de la empresa lo más dañino, al focalizar su empeño en construir en esas parcelas sus instalaciones, aunque pudieran emplazarse en otra ubicación cercana, sin necesidad de perturbar esa granja u otras colindantes.
La película recoge esta lucha de raigambre clásica, del débil contra el poder o las autoridades, con las analogías bíblicas o mitológicas que cada persona prefiera. Desde el principio del film, de aspecto cinematográfico total, rodado en un formato 16:9 HD con una resolución de pantalla panorámica, la cámara muestra la zona industrial que rodea la granja de los Reid mediante planos generales aéreos tomados por un dron. La banda sonora acompaña estos desplazamientos que se encadenan a la presentación de Thomas, alimentando a sus reses, recogiendo heno, o atascando con palos el buzón de su puerta. Las acciones son mostradas con elipsis temporales. Si no supiéramos nada sobre la realidad del argumento, la cinta podría ser vista como cualquier film de ficción. Con un personaje que tal vez haría las delicias de Daniel Day-Lewis o Liam Neeson, por citar dos actores irlandeses.
La estructura en esta batalla solitaria progresa con los mismos pasos de un guión: planteamiento, nudo y desenlace, tres partes diferenciadas con la intriga, reservas de información y suficientes giros para mantener el interés del público ante un drama o suspense. La virtud está en mantener el equilibrio entre lo documentado y lo representado. Con licencias argumentales como son las escenas dramatizadas de los juicios, interpretadas por actores en la misma granja y alrededores, la balanza se compensa entre estas representaciones seguidas o alternas con los monólogos, paseos y secuencias intrascendentes en apariencia, pero que alcanzan una repercusión como las de la compra en el hipermercado. Sobre todo esas en las que el mismo Thomas se ve en la pantalla de los televisores.
Sin la intención de seguir destripando un documental que, a pesar de lo contado aquí, mantiene la capacidad de sorpresa, algo dilatada en el tercio final, The Lonely Battle of Thomas Reid se manifiesta en la fuerza que aporta un protagonista auténtico, capaz de expresar todo lo que sucede con una mirada profunda, directa a nuestros ojos.