Si hay una temática que ha sido capaz de permanecer imperecedera con el paso del tiempo esa sería sin duda alguna la de las películas de robos y atracos, y es que pese a lo desgastado de la misma, siguen surgiendo cineastas con ideas refrescantes y en cierto punto renovadoras, siempre listos para dar un vuelco al subgénero (si se puede considerar como tal) con cintas como Sound of Noise o Headhunters, o incluso de hacer de él algo más ameno incluyendo elementos como la acción más inverosímil (The Thieves), o logrando que la personalidad desborde la propia temática en sí (ahí están films como Drive o El aura). Aunque ese no es el caso de Eric Barbier, que vuelve a ponerse tras las cámaras casi una década después de su debut con La serpiente, lo que sí parece tener claro el galo es que el arquetípico esquema de este tipo de títulos está ya muy visto, así que por qué no darle un pequeño giro que, sin suponer un gran riesgo, como mínimo disponga las cartas sobre la mesa de un modo un tanto atípico.
Ese modo, que circunda el territorio romántico sin terminar de entrar en él descaradamente (aunque haya atisbos e incluso llegue a girar entorno a ello, Barbier parece tener claro qué es The Last Diamond), encuentra en Yvan Attal y Bérénice Bejo dos piezas claves para armar el esqueleto del film, y es que tener a dos actores de la talla de los citados al frente de una película ofrece, como mínimo, las suficientes garantías.
Eso es algo que queda claro en sus primeros minutos, donde Attal vuelve a sorprender con uno de esos personajes tan descarados como bien interpretados, y es que sabiendo la gema (y nunca mejor dicho) que tiene entre manos, el galo echa el resto y acierta, algo que ya no es nuevo si tenemos en cuenta que en cintas no demasiado destacables (como El secreto de Anthony Zimmer, por ejemplo) el intérprete era capaz de atinar e incluso en determinados momentos hacer suyo el film.
Quizá consciente de ello (o no), y de que las claves de su nuevo trabajo debían residir en otros aspectos, pronto cambia Barbier el registro del personaje interpretado por Attal, que a raíz de sus primeros encuentros con la presencia femenina (aquí en manos de Bejo) del relato y, en especial, a raíz del plan trazado, verá como su patrón de conducta se ve alterado para terminar haciéndose pasar por alguien que pueda acercarse a una de las llaves que custodian esa preciada joya (maldita según algunos) que da título al film.
De este modo, The Last Diamond termina siendo un thriller de robos juguetón con algunas pinceladas de romance (insisto, por suerte esa faceta no posee un amplio desarrollo) y con, como no, golpes predecibles que tampoco desentonan por eso mismo: más bien uno se anticipa a ellos con comodidad y, simplemente, decide disfrutar (hasta donde puede) del ritmo que posee la propuesta, de que no termine encharcándose como previsiblemente podría haber sucedido y, en especial, de que su pareja principal de actores no se lo tomen como un encargo por donde pasear el rostro poco más de hora y media y ya.
Si bien es cierto que en sus últimos compases, esos en los que Barbier se decanta definitivamente por el thriller de acción, toma decisiones no tan previsibles pero sí ciertamente erróneas (ya que parecen más una excusa para enlazar esas escenas de acción que otra cosa), The Last Diamond se sostiene con la suficiente compostura como para que un giro no logre hacer añicos algunas de sus virtudes, que quizá no la conviertan en un título especialmente destacable, pero sí en lo que cualquiera le podría pedir a un entretenimiento de estas características si ve la ocasión de cobijarse del calor en un cine y espera, cuanto menos, pasar un rato distraído.
Larga vida a la nueva carne.